«Si Felipe poseía una sóla virtud, ésta se ha escapado a la concienzuda investigación del escritor de estas páginas. Si existen vicios [...] de los que estuviera libre, es porque no le está permitido a la naturaleza humana alcanzar la perfección, ni siquiera en el mal».
Esta frase de J. L. Motley contra Felipe II en su «Historia de los Paises Bajos» (1868) ejemplifica cómo ha sido vista la figura del promotor de El Escorial en los paises protestantes a través de la «leyenda negra». Probablemente, ésta fue comenzada en 1581 por Guillermo de Orange, jefe de la insurrección flamenca. Según su descripción, los crímenes del rey cubrían toda la gama posible: desde la tiranía y el genocidio americano, al adulterio, el incesto y el asesinato de su propio hijo. Y en estas fuentes bebieron generaciones de historiadores, novelistas y dramaturgos, llegando a inspirar el «Don Carlos» de Schiler (1787), en el que se basaría Verdi para su famosa ópera.
Parte de la leyenda negra señalaba el odio que sentía Felipe hacia los judíos, aunque fueron sus abuelos los Reyes Católicos los que cargaron con la peor parte. Sin negar la animadversión del rey hacia la diversidad religiosa, no creo que fuera extensivo a lo judío como raza o como historia, como creo que ejemplifica la elección del modelo salomónico para la ideación de El Escorial.
Hijo primogénito de Carlos I e Isabel de Portugal, nació en Valladolid en 1527. En 1543 contrajo matrimonio con María Manuela de Portugal, que murió dos años más tarde, quedando como resultado de la unión un hijo, el Príncipe Carlos de Austria. La educación política y diplomática corrió a cargo de su padre, que le nombró regente de sus posesiones españolas durante sus ausencias de los años 1543 y 1551. La actividad política del futuro Felipe II se inició cuando Carlos I concertó el matrimonio de su hijo con la Reina de Inglaterra, María I Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, y, en consecuencia, prima de Carlos I y tía de Felipe. De este modo, entre 1554 y 1558 el futuro Felipe II fue Rey consorte de Inglaterra. Sin embargo, no gozó de la simpatía de sus nuevos súbditos, a pesar de que no se inmiscuyó excesivamente en sus problemas.
En 1555, Carlos I abdicó en Bruselas en favor de su hijo el gobierno de los Países Bajos. Al año siguiente, Felipe II se convirtió en Rey de Castilla y Aragón, junto con sus posesiones, al abdicar su padre en él los derechos que le correspondían sobre estos reinos. Su reinado se prolongó a lo largo de casi toda la segunda mitad del siglo XVI. En ese período España alcanzó la hegemonía europea, al tiempo que algunos síntomas anunciaban la crisis que se desencadenaría en el siglo XVII. Después de 42 años de agitado reinado, Felipe II moriría el 13 de septiembre de 1598 en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Felipe II se había casado en 1543 con María Manuela de Portugal, con la que tuvo un único hijo, el Príncipe Carlos, que murió en 1568. En 1554 se casó con María Tudor, con la que no tuvo descendencia. Cinco años después se volvería a casar con Isabel de Valois, con la que sólo tuvo descendencia femenina: las Infantas Isabel Clara Eugenia (que sería gobernadora de los Países Bajos desde 1598) y Catalina Micaela, hijas predilectas del monarca. Tras la muerte de la reina Isabel en 1568, contrajo matrimonio dos años después por cuarta vez con su sobrina Ana de Austria, con la que tuvo cinco hijos: Fernando (1571-1573), Carlos Lorenzo (1573-1575), Diego (1575-1580), su sucesor, el futuro Felipe III (1578-1621), y María (1580-1583). Fue un gran mecenas y protector de las artes, seguramente el mayor coleccionista de las obras maestras de la pintura de su tiempo. Las obras de los principales artistas del siglo XVI que adornan las paredes del Museo del Prado, se deben a su personal iniciativa.
Con la Corona hispánica, Felipe II heredó de Carlos I un conjunto de problemas interiores sin resolver entre los que destacan: la consolidación de la monarquía absoluta en los reinos hispánicos mediante la organización de la administración; la existencia en España de una minoría no asimilada, los moriscos, que dieron muestras de su profundo descontento en la sublevación de Las Alpujarras (1568-1571); y la organización de las posesiones de Ultramar, fundamentalmente en América, pero también en Asia y Oceanía. Por otra parte, las numerosas guerras europeas provocaron que la política interna del reinado de Felipe II estuviera marcada por los numerosos problemas financieros que tuvo que soportar la maltrecha hacienda española y que propició la declaración de tres bancarrotas durante su mandato (1557, 1575 y 1596). Todo ello a pesar del constante flujo de metales americanos y el aumento de los impuestos, que, junto a la presión fiscal nobiliaria, trajo como consecuencia el inicio de la despoblación del campo castellano.
En 1561 Felipe II decidió trasladar su Corte desde Toledo a Madrid, que se convertía así en la capital de todos sus reinos. Siete años después, moría el Príncipe Carlos de Austria, después de haber sido protagonista de un grave conflicto político frente a su padre, que intentaba establecer una monarquía fuertemente absolutista. Mayor gravedad tuvo el problema protagonizado por el secretario real Antonio Pérez, que tras verse implicado en 1578 en el asesinato de Escobedo, secretario personal de Juan de Austria, se refugió en Aragón, acogiéndose a las leyes y fueros de este reino. Sin embargo, el problema rebasó los límites personales para convertirse en una cuestión política, ya que los aragoneses pretendían afirmar sus derechos frente a la autoridad real. Los disturbios acaecidos en Zaragoza en 1591 propiciaron que Felipe II enviara un ejército a Aragón, que se encargó de establecer la autoridad del monarca y ejecutó al Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.
Una década antes de estos sucesos, a la muerte del Rey Sebastián, el monarca español había incorporado a la corona castellana el Reino de Portugal y sus dominios de ultramar, haciendo valer por las armas sus derechos como descendiente directo del Rey Manuel I, que era su abuelo por vía materna. Antes había tenido que derrotar a su principal rival, el prior de Crato, en la batalla del puente de Alcántara (1580). De este modo, por primera vez, desde la época visigoda, toda la península ibérica quedaba bajo el gobierno de un mismo rey.
En política exterior Carlos I transmitió a su hijo una conflictiva herencia marcada por cuatro líneas de actuación: la afirmación del catolicismo y de la soberanía española en los Países Bajos, el enfrentamiento con Francia para dilucidar la hegemonía europea, la lucha con los turcos por el control del Mediterráneo y la defensa de la causa del catolicismo en el marco de la cristiandad europea, enarbolando para ello la bandera de la Contrarreforma surgida del Concilio de Trento.
No extraña, por tanto, que el reinado de Felipe II se iniciara siguiendo las directrices fundamentales que habían marcado el gobierno de su antecesor. Poco después de subir al poder, el segundo monarca de la dinastía de los Austrias españoles reanudó la guerra contra los franceses. A pesar del apoyo del Papa Paulo II al Rey francés Enrique II, los tercios españoles culminaron de forma exitosa el enfrentamiento con Francia al vencer en 1557 en la batalla de San Quintín y un año después en la batalla de Gravelinas. Sin embargo, se perdió Calois, la última plaza inglesa en Francia. Estos enfrentamientos condujeron a la paz de Cateau-Cambrésis (1559), en la que se concertó el matrimonio de Felipe II, viudo de María Tudor desde el año anterior, con la hija de Enrique II, Isabel de Valois.
Por otra parte, continuó la política paterna en relación al enfrentamiento con los turcos para dilucidar el control del mar Mediterráneo. Al inicio de la década de 1570, la presión de los turcos sobre los navíos y los puertos cristianos del Mediterráneo resultaba agobiante y, en consecuencia, el comercio cristiano resultaba seriamente perjudicado. Para combatir la amenaza que suponían los ataques de los piratas musulmanes y de la flota turca, Felipe II se alió con Venecia, Génova y los Estados Pontificios, formando así la Santa Liga. Los aliados prepararon una poderosa flota al mando de Juan de Austria y de Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz. La armada cristiana, en la que predominaban los navíos venecianos, se enfrentó a los turcos el 7 de octubre de 1571, frente a las costas de Lepanto, obteniendo una resonante victoria.
Mientras se resolvía el problema turco, se agravaba por momentos la cuestión flamenca. Las provincias del norte, mayoritariamente protestantes, con una rica actividad mercantil y una floreciente burguesía, se revelan contra el poder político, la opresión religiosa y los altos impuestos que imponían los españoles. Tras una etapa inicial caracterizada por compromisos y acuerdos, salpicados de conflictos armados, la fase del gobierno de Alejandro Farnesio (1578-1592) estuvo marcada por la ofensiva militar de los españoles frente a las provincias del norte y la confirmación de libertades a las provincias del sur, que eran mayoritariamente católicas. En cualquier caso, el conflicto abierto con las provincias del norte no se resolverá ni siquiera con la abdicación de Felipe II en favor de su hija Isabel Clara Eugenia en 1598. Hasta mediados del siglo XVII, la cuestión de los Países Bajos sería una herida abierta en el costado de los Austrias españoles.
No fue, sin embargo, el de los Países Bajos el único problema político teñido de tintes religiosos con el que se tuvo que enfrentar Felipe II a lo largo de su reinado. Un poco más al sur, en Francia, la guerra de religión abierta entre los hugonotes (protestantes) y los católicos, propició la ocasión para la intervención del monarca español en apoyo del partido católico. Desde 1584 se produce la intervención directa de los ejércitos españoles, que consiguen algunos triunfos militares; como respuesta, en 1597, se produce una triple alianza de ingleses, franceses y holandeses. Esta circunstancia obliga a Felipe II a concluir la paz de Vervins (1598), auténtico punto final de la hegemonía española en Europa. El enfrentamiento con Inglaterra, que había enarbolado la bandera de la causa protestante frente al catolicismo militante de la monarquía hispánica, resultó también inevitable en el contexto de la imposición de la hegemonía española en Europa. Por otra parte, los estragos causados por los piratas ingleses (particularmente Drake) sobre la flota española contribuyeron también a que Felipe II decidiera lanzar una flota de guerra contra Inglaterra. Para cumplir este objetivo, en 1588 se formó una formidable escuadra, que tanto por su calidad como por su cantidad fue conocida como la «Armada Invencible». Al mando de Duque de Medina Sidonia, la gran armada fue desbaratada por una tempestad y, finalmente, destrozada por el pirata inglés Drake. Se dice que el Rey, al saber el desastre, pronució su famosa frase: «Envié mis naves a luchar contra hombres, y no contra los elementos».
Uno de los más importantes paralelismos que desembocarán en El Escorial como Templo de Salomón es el derecho sucesorio de Felipe II como rey de Jerusalén, expresado en los medallones conmemorativos de la entrada a la Basílica, en los que el rey se declara monarca de todas las Españas, de las Dos Sicilias (los reinos de Nápoles y Sicilia) y de Jerusalén. En 1554 Carlos V cede el reino de Jerusalén a su hijo Felipe para su boda con María Tudor, es decir, dos años antes de ser rey de España. Leemos por ejemplo en Cabrera de Córdoba (Historia de Felipe II, rey de España, lib. I, cap. V, p. 23, 1601): "Felipe y María, por la gracia de Dios Rey y Reina de Inglaterra y Francia, Nápoles, Jerusalén, Hibernia (Irlanda), Príncipes de España y Duques de Milán en el año primero y segundo de su reinado". Antonio de Herrera (Historia general, I.II, p. 5) añadía: "fue el principe proclamado Rey de Inglaterra, Napoles y Jerusalem, y Duque de Milan, titulos que su padre le dio por q. la Reyna no tuuiesse marido de menor grado".
Los textos de los medallones se refieren a la dedicación de la primera piedra de la Basílica a San Lorenzo, el 20 de agosto de 1563, día de San Bernardo, y el de la primera misa, celebrada la vípera de San Lorenzo, el 9 de agosto de 1586 (D.LAVRENT.MART. / PHILIPP.II. OMN.HISP. REGN. / VTRIVSQ.SICIL. HIER. ETC.REX / HVIVS TEMPLI PRIMVM DEDICAVIT / LAPIDEM. D.BERNARDI SACRO DIE / ANN.M.D.LXIII / RES DIVINA / FIERI IN EO COEPTA PRIDIE FESTVMD. LAVRENTII / ANN.M.D.LXXXVI). La otra se refiere a la piedad y devoción de Felipe al hacer consagrar la Basílica por el Patriarca de Alejandría y Nuncio Apostólico, Camilo Cayetano, el 30 de agosto de 1595 (PHILIPPVS II / OMNIVM HISP.REGNOR / VTRIVSQ.SICIL. HIER. ETC.REX / CAMILLI CAIET.ALEXANDR. / PATRIARCHAE NVNTII APOST. / MINISTERIO HANC BASILIC.S. / CHRISMATE CONSECRAND. / PIE AC DEVOTE CURAVIT. DIE / XXX.AVG.AN.M.D.XCV).
Y ello muy cerca de las estatuas de los Reyes de Judá. La posición de Salomón y su padre David, coincide por otra parte con la de Felipe II y su padre en los cenotafios del Presbiterio, con su fuerte significación dinástica. La presencia de los sucesores de Salomón en el trono de Jerusalén, que se preocuparon por el mantenimiento del Templo, también está en consonancia con los cuatro huecos (2+2) que quedan a los lados de las estatuas orantes del presbiterio de la basílica, que Felipe dejó libres para sus sucesores y que éstos nunca usaron.
Para estudiar este tema de la titularidad del Reino de Jerusalén, resulta también especialmente interesante hacer un inciso de heráldica, con escudos como el de San Juan de Gouda, donde se incluye el cuartel del Reino de Jerusalén. Como pudo verse en el desfile de banderas de las Exequias del Emperador Carlos V (Bruselas, diciembre de 1558), éste era tradicionalmente identificado con el del Reino de Nápoles, aunque tenía independencia propia.
En el año 1099, Godofredo de Bouillon, duque de Lorena, entraba en Jerusalén al frente de los cruzados, instaurando el primer Reino Latino de Jerusalén. Con humildad, prefirió rechazar el título monárquico y se denominó Advocatus Sancti Sepulchri. Aquel efímero reino duró 88 años, durante los cuales los colonos europeos convirtieron en una iglesia la Cúpula de la Roca, la mezquita que el califa Omar levantó el año 638 sobre la roca del sacrificio de Isaac. Así, señalaba el lugar sagrado desde el que, según el Corán, Mahoma rezó con Abraham, Moisés y Jesús antes de ascender a los cielos. Para los cristianos, aquella piedra era el lugar donde se levantó el Sancta Sanctorum del Templo de Salomón, por lo que los templarios convirtieron la vecina mezquita de Al-Aqsa en su palacio. El sultán kurdo Saladino los pasó a cuchillo en 1187 tras reconquistar la ciudad.
En los tiempos de la siguiente cruzada, el emperador Federico III de Alemania (1212-1250, llamado Federico I como rey de Sicilia, hijo de Enrique VI de Alemania y Constanza de Nápoles) se casó por mediación del papa Honorio III con Yolanda, hija de Juan I de Brienne (1148-1237) y de la Reina de Jerusalén, María de Montferrato, y por tanto heredera del primer Reino Latino de Oriente (1099-1187). En 1228 partió para Jerusalén tras ser excomulgado por el papa, donde firmó un pacto con el sultán de Egipto, sin derramar una gota de sangre, para restituir Jerusalén y los Santos Lugares para los cristianos. Luego se hizo coronar rey de Jerusalén. El título pasó a través de su hijo Conrado IV a Conradino y, tras la muerte de éste (1258), a Constanza, la mujer de Pedro III de Aragón.
Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León, también estaba especialmente preocupado con su linaje, que entendía descendía del mismo rey Salomón, con lo que su soberanía tendría origen divino. El Rey Sabio español solicitaba en una cláusula de su testamento que su corazón fuera llevado "a la Sancta Tierra de Ultramar, e que lo sotierren en Ierusalem, en el Monte Calvario, allí do yacen algunos de nuestros abuelos". Finalmente sus entrañas fueron enterradas en la iglesia templaria de Santa María de Gracia (1284), en Murcia. En 1333, el Papa Clemente VI distinguió a doña Sancha de Mallorca, a la sazón reina de Nápoles, por sostener con dinero propio a los Frailes del Monte Sión; las relaciones con el sultán turco no eran malas todavía. A partir de 1441, al pasar también Nápoles a la corona aragonesa, se comenzó a nombrar como Reino de las Dos Sicilias a la unión de estos dos estados.
Los sucesivos soberanos españoles acuñaron monedas en sus cecas sicilianas como «Rex Aragonum Utriusque Siciliae et Hierusalem». Tras la fusión de Aragón con Castilla (1479), se inició un largo período de aislamiento con Oriente, coincidiendo más o menos con el reconocimiento de Fernando el Católico como rey de Nápoles y Jerusalén, en virtud de una Bula de Julio II fechada el 3 de julio de 1510. Poco antes, y coincidiendo con los últimos días de la Toma de Granada, el Sultán turco amenazó a los soberanos españoles con "derribar los templos e iglesias que había en su Reino, hasta destruir el Sepulcro Santo de Jerusalén". Las relaciones diplomáticas comienzan a ser indirectas, generalmente a través del Papa Julio III: Carlos V y Felipe II solicitarían autorización para reedificar el Santo Sepulcro.
Este entronque salomónico como aspiración de la realeza española culminaría en el Salomonis tria officia que se iluminó en 1520 en Flandes para el joven Carlos de Gante, lo que para algunos autores como Rosenthal explicaría el significado de la Capilla Real de Granada como nuevo Santo Sepulcro y la divisa columnaria del Plus Ultra como evocación de las columnas de bronce del Templo de Salomón. También la corona imperial de Carlomagno, antecesor de Carlos V como Emperador de los Romanos, tenía la leyenda Rex Solomo, como nos recuerda la Encyclopaedia Brittanica (voz "Crown"). Una copia exacta de ella forma ahora parte de las divisas imperiales de los Habsburgo. Por otra parte es bien sabido que la Orden del Toisón de Oro tenía como una de sus principales aspiraciones la recuperación de Jerusalén en una nueva gran Cruzada. En un árbol genealógico de Felipe II de su época, que se encuentra en El Escorial -un dibujo a pluma de Diego de Astor, de Reims, llamado «Rosal de Príncipes progenitores del Príncipe de España Don Felipe Nuestro Señor»-, su linaje se remonta hasta el rey de Jerusalén. El rey no perdía ninguna ocasión en exhibir sus derechos dinásticos, ante la dificultad de proseguir la campaña de Lepanto hacia Oriente y Palestina.
Muerto Carlos II sin sucesores, los derechos españoles sobre el Reino de Jerusalén quedaron en poder del duque de Saboya por el tratado de Utrech (1713), aunque en 1734 pasaría a una rama de los Austrias, asociándose con la Casa Real española. En 1806 Napoleón dió este estado a su hermano José. En 1860 se integró definitivamente en la Italia reunificada. Su titular destronado es Otto von Habsburg, el duque de Lorena. Como podemos ver, pese a los significativos llamamientos a la recuperación del título por los borbones, el actual rey de España, don Juan Carlos I, sólo puede considerarse, en rigor, uno de los muchos descendientes de los reyes de Jerusalén.
También está probado que Felipe II conocía la descripción del Templo. Villalpando relata como el propio rey, demostrando que le resultaba familiar esta cuestión, sugirió al jesuíta modificaciones relativas a la arquitectura del edificio bíblico. No es extraño, ya que está probado documentalmente que su primera compra de un libro, a la temprana edad de doce años, fue precisamente Las guerras judías de Josefo, del que existía edición castellana desde 1492. En la biblioteca del Monasterio se encuentran dos de los tres únicos manuscritos de esta obra que se conservan en España. Como veremos, el rey financió personalmente los dos principales tratados sobre el Templo de la época: el de Arias Montano y el de Villalpando.
El Rey Salomón, según el grabado de la «Humanae Salutis Monumenta» (1571) de Benito Arias Montano. Como notó René Taylor, en el mismo grabado de la 16ª ed. el grabador dió al rey Salomón los rasgos y la barba de Felipe II. |
Algo parecido pasó con las láminas del Rey David, cuya barba se ocureció en la segunda versión. |
Desde este punto de vista debemos ver la defensa frente a la Inquisición de sus bibliotecarios. Debemos recordar que en 1592, ocho años antes de su publicación, la Inquisición juzgó a Sigüenza por judaizante, el mismo cargo que se imputó a Fray Luis de León y a Arias Montano veinte años antes. Está probada la intervención de Felipe II en estas disputas en favor de sus dos bibliotecarios. Ben Rekers (Arias Montano, pp. 80 y 96, Taurus, 1973) recoge una carta de Fuentidueñas, confidente de Montano frente a León de Castro, al secretario real Zayas sobre la Políglota de Amberes: "V. m. podría remediar este negocio hablando al Sr. Inquisidor General y diciéndole lo que pasa, no trayéndome a mí por autor, porque ello es público en Salamanca", y otra de Montano al mismo rey, en la que en un tono familiar le pide que sea el mismo Inquisidor General el que interceda por la Biblia Real, tras la que gozó de una cierta seguridad: "A V. Mgd. le suplico le encomiende esta causa, puesto que él terná cuidado della". Por otra parte, Gregorio de Andrés (Proceso inquisitorial del Padre Sigüenza, pp. 194-195, 1975) cita un memorial del licenciado Gutiérrez Mantilla, catedrático de Prima de teología del colegio escurialense, al rey para que tomara cartas en el asunto: "No sé si vuestra Magestad habrá entendido que estos días pasados se ha descubierto una doctrina que ha escandalizado el colegio [...] El Padre prior ha hecho su diligencia claramente y con celo del servicio de nuestro Señor y de vuestra Majestad, juntando buen número de ellas y vístolas él mismo y mandándome a mí las viese y censurase [...] De parte del prior están ya en la Inquisición de Toledo. Suplico humildemente a vuestra Majestad mande al prior no se descuide en esto, pues no importa menos que la conservación de la fe".
Según el Padre Sigüenza (Fundación, I.XVII, p. 187), el rey tenía conocimientos de hebreo, lo que contrasta con su pretendido antisemitismo. En realidad, ello no era nada raro en esa época de estudios bíblicos, aunque sí algunos años más tarde. Felipe, como hemos visto, siempre ejerció como rey de Jerusalén, aunque sólo pudiera hacer uso simbólico del título. La importancia que los borgoñones dieron al espíritu de las Cruzadas y el ser aquel lugar la cuna del cristianismo debieron influir en éste ánimo más que posibles heterodoxias que ni él ni la Inquisición hubieran permitido.
Podríamos entender mejor desde este ángulo ciertas actitudes de Felipe II ante el judaísmo, como el apadrinamiento del bautizo de un rabino en 1589, realizado entre grandes fastos en la Basílica de El Escorial con la Infanta como madrina: "Estos días [1589] se convirtió a nuestra Fee Católica un gran judío y gran rabbí y letrado en su ley, y muy principal y hombre que mandaba muchísimo dinero; y el rey católico por todo ello le quería y tenía voluntad. Quísose bautizar y ser cristiano, y el Rey Católico, con la serenísima Infanta fuero sus padrinos. Bautizose en la Iglesia del Escurial. Hubo aquel día un grande acompañamiento". (J. de Sepúlveda: Historia, 1603, p. 74).
El rey aún no había cumplido los 22 años cuando era agasajado en los Países Bajos como un nuevo Salomón, tenía 32 años durante las primeras trazas, 49 cuando Fray Luis fue encarcelado, y vio poner la última piedra del Monasterio con 57 años, pocos años antes de morir. La madurez y la experiencia con la Inquisición le aconsejarían prudencia con las fuentes judías. Como dijo el catedrático Ricardo García Cárcel en un Curso de Verano sobre el joven Felipe II, "su reinado no es tanto producto de un tipo neurótico, obsesivo, patológico, sino más bien es heredero de una generación que incluye personajes como fray Luis de León o Arias Montano, que vive una trayectoria que va de la ilusión trasformadora a una constatación de que esos proyectos se acabarán diluyendo". Hasta qué punto está ilusión transformadora afectaba a su relación con lo judío es algo que sólo podemos intuir, pero que desde luego merece estudios más profundos. |
(El Escorial) |