El Escorial, cuyo proyecto es anterior a Trento, puede adscribirse al círculo de reconstrucciones del templo rectangular de Herodes. Tomando un codo de 31 dedos, que Plinio y Herodoto citan como usado en Babilonia, el Monasterio propiamente dicho coincidiría en distribución y medidas generales con el Templo que citan los Evangelios. Sacando fuera del Atrio de los Sacerdotes el Templo, que Paccioto y Herrera acabarían convirtindo en un cuadrado, y duplicando el esquema por simetría, quedaría un «cuadro» general de 380 por 300, que equivaldría a los 736¼ x 581¼ pies que el padre Sigüenza redondea a 735 x 580. Las torres centrales y las del Presbiterio desaparecen con Herrera, que, junto con las modificaciones del Templo y el cierre del cuadro con la Biblioteca, reformula la idea en forma de una potente imagen cerrada a la que se subordinan las simbologías en un programa jerárquico minucioso. Estas simbologías incluyeron la orientación literal a Tierra Santa, la inspiración de las míticas Jakim y Boaz en las torres de la basílica, y sobre todo la presencia de los Reyes de Judá en el Patio principal. Está más que comprobado el conocimiento de Felipe II, entre cuyos títulos destacaba el de Rey de Jerusalén, del Templo a través del libro de Josefo y del testimonio directo de Villalpando.
El Sancta Sanctorum, la zona más sagrada del Templo, estaría así en la capilla redonda bajo el Presbiterio que se construyó como capilla palatina funeraria, y que en el siglo XVII se trasformó en Panteón de Reyes. Su forma sería circular por el prestigio del Panteón de Roma, el Domo de la Roca y el Santo Sepulcro. Rodeando esta capilla, se construyó una sencilla bóveda bajo el altar para enterrar al Emperador y al resto de la familia del rey, como en las antiguas catacumbas. Sin embargo, esta idea no fue comprendida por los sucesores de Felipe II, que la reconvirtieron en Panteón Real, quitando al Emperador de debajo del altar, idea explícitamente desechada por el Rey Prudente en 1568.
Los testamentos traicionados en el Panteón de Reyes
Para completar este esquema, se necesitaba un edificio auxiliar que albergara a los animales para las labores del campo y los carruajes, para que, según la ley de Moisés, no entraran en el recinto sagrado. Así se recurriría para las dos primeras Casas de Oficios a las proporciones del Arca de Noé, cuyas medidas que Dios reveló al patriarca eran de 300x30 codos, con una gran puerta en el centro, sólo tres pisos y tragaluces en su cubierta.
La intencionalidad de cerrar el «cuadro», en vez de usar pabellones independientes para funciones tan heterogéneas, se debería sobre todo a las referencias bíblicas, que eran construcciones con un programa similar: palacio, templo y fortaleza. El sencillo exterior que encierra al complejo mundo interior, se relaciona más con la arquitectura oriental -con referencias directas a Spalato y Jerusalén- que con las elaboradas fachadas medievales, con su gran profusión de escenas didácticas. El muro de contención del jardín de los frailes guarda además claras semejanzas con las murallas de Jerusalén tal como aparece en los grabados de los libros de viajes, puestos de moda por los peregrinos a la Ciudad Santa.
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Hipótesis del autor (5), desarrollando la de Chueca (6), de la traza original de El Escorial, basándose en el grabado de Juan de Herrera y Perret (7)
Debemos tener en cuenta que el metro es una invención de la Ilustración. Es el mismo padre Sigüenza (Descripción, II.I) el que dejó señaladas las medidas con las que se proyectó El Escorial: «el pie es una tercia de vara castellana, que tiene cuatro palmos, y cada palmo cuatro dedos, y cada dedo, cuatro granos de cebada ladilla». En el año 1567, tras fracasar el Ordenamiento de Montalvo (1484), Felipe II había promulgado la «Nueva Recopilación de las Leyes de España» para acabar con el caos legislativo. Este Código -recopilado de las Leyes del Fuero Real, las 18 Leyes de Toro, el Ordenamiento de Alcántara y el de Montalvo- incluye la pragmática dictada por el rey prudente desde El Escorial (24 de junio de 1568) en la que establece que «[...] la vara castellana que se ha de usar en todos estos reynos, sea la que hay, y tiene, la ciudad de Burgos [...]». En 1852, cuando se dicta la Real Orden estableciendo el Sistema Métrico Decimal en España, se contabilizan hasta veinte sistemas de medida diferentes. En esta orden se fija la equivalencia entre las medidas usadas hasta entonces en las diferentes zonas, estableciéndose el pie de Burgos o de Castilla en 27'86 cm, difundido por veinticinco provincias.
Es fundamental recordar las ventajas del antropometrismo de las medidas antiguas de cara al fácil replanteo o comprobación en obra: con pasos en el caso del pie, y con vueltas de la cuerda de medir alrededor del antebrazo en el caso del codo vulgar. Resulta sorprendente que la pléyade de científicos involucarados en la formulación del metro (Delambre, Borda, Lagrange, Laplace, Monge, Coulomb, Lavoisier, etc) terminara estableciendo esta absurda medida, y usando una definición que carece de sentido científico riguroso, ya que era previsible que las mediciones del meridiano terrestre fueran inexactas.
No debemos pensar que la correspondencia de las medidas hebreas en castellanas fuera un problema tan sencillo como el de traducir los pies en metros. Al igual que existían numerosos tipos de pies en España, lo que fue fuente de numerosos problemas en la construcción del monasterio, con los diferentes tipos de codo se ha polemizado mucho a lo largo de la historia.
En el tratado manuscrito (1593) que regaló a Felipe II el padre Prado, colaborador de Villalpando, decía que nuestro codo era 3 dedos mayor que el codo sagrado egipcio de palma abierta: «El propheta Ezechiel (cap. 43) captivo en Babilonia compara el codo sagrado y antiguo con el común de Babilonia y dize que era un palmo mayor por lo cual le llama en este lugar palmicodo. Herodoto que vivio en tiempo de los Persas, compara el codo Asirio, o Babilonio, que llama Regio (al de su tiempo), y dize que le excedía en tres dedos y por consiguiente pie a pie en dos, pero este excedio al de Plinio en un dedo porque en el cap. 26, del libro. 6, dize que el pie de los asirios excede en su pie en tres dedos». |
Puesto que un pie castellano tiene 4 palmos, es decir, 16 dedos y equivale a 27'86 cm, este codo mediría 53'98 cm, medida perfectamente razonable dentro de las demás fuentes históricas, arqueológicas o antropométricas. La medida del codo bíblico era una parte especialmente importante en la discusión del problema. En la antigüedad sirvió para probar la realidad histórica del Arca de Noé, ya que en ella debían caber todos los animales conocidos. En el Renacimiento se usó especialmente para comparar el Templo de Jerusalén con las demás maravillas de la Antigüedad. Cada tratadista del Templo proponía en un capítulo dedicado al tema codos sagrados diferentes, casi siempre en torno a los 28-32 dedos. Para Maimónides valía 28 dedos, para el padre Lamy 29½, 30 para Newton, 31½ en Grevio y 32 para Judá León y Caramuel. El padre Sigüenza se decanta por un codo antropométrico, mientras Villalpando se aleja de la media general con 45½ dedos, unos exagerados 80 cm, lo que le valdrá las críticas de Caramuel y Sigüenza.
Hipótesis modular sobre el grabado de Herrera y Perret
El uso de la piedra en ambos monumentos, con el fuerte simbolismo adherido a la colocación de las principales, es un hecho especialmente destacado por los primeros cronistas. El Padre Sigüenza sugería que la idea de Herrera de labrar las piedras en la misma cantera, con la consiguiente ganancia de tiempo, estaba basada en el ejemplo del rey Salomón, lo que, según la Biblia (I Rey 6:7), servía para alejar el ruido de los martillos del lugar sagrado. Otros elementos que señalan Sigüenza y Almela son la repetición de las doce puertas de la Jerusalén Celestial, tres en cada fachada, o la explanación amurallada del monte con el edificio en un lateral, dejando un espacio público al Norte. El Padre Sigüenza se atribuye en su crónica la idea de colocar una fuente en el Patio de los Evangelistas de la que saldrían cuatro ríos de agua como en el Paraíso Terrenal, con lo que el programa simbólico del Monasterio se centra totalmente en el Antiguo Testamento, alejándose del habitual culto a los santos de la Edad Media, que quedará reducido al programa pictórico de los altares menores.
La pequeña inclinación del eje Este-Oeste del Monasterio bien pudo deberse a la intención de «orientarse» literalmente a Tierra Santa, ya que hemos comprobado un error menor que un grado en su orientación geográfica. El monarca, lejos de las difíciles interpretaciones astrológicas que quieren ver algunos, orientó el edificio 16º al Sudoeste, y quiso también que sus tumbas siguiesen esa orientación, aunque esta idea no fuese seguida o entendida por su nieto Felipe IV. Autores como Taylor no parecen tener en cuenta el efecto que ha tenido el cambio que supuso la actualización del Calendario Gregoriano en 1582, del 4 al 15 octubre cuando hablan de que El Escorial se orientó a algo tan peregrino como a la puesta de sol en el día de San Lorenzo.
Ante la falta de una tradición rotunda, a la manera hebrea o musulmana, bien pudo basarse en el Libro del Profeta Daniel, que relataba desde su exilio babilónico cómo rezaba mirando a Jerusalén (Dan 6:11, "Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes"), o en antiguos edictos medievales, alejándose de paso del culto vitruviano de adoración pagana al Sol. También debemos apuntar que el Talmud manda expresamente mirar a Jerusalén cuando se rece la «'Amidah»: "Los que se encuentren fuera de la tierra de Israel deberán volver su rostro hacia la tierra de Israel; los que estén en Israel volverán su rostro hacia Jerusalén, y en Jerusalén hacia su Templo [...] En consecuencia, aquellos que estén en el norte de Jerusalén, volverán su rostro al Sur; los que están en el Sur hacia el Norte; los del Oeste hacia el Este, de modo que todo Israel rece hacia el mismo lugar" (Tosefta', Berakot 3:15-16). En el mundo judío, la mayoría de las sinagogas guardan esta orientación: las de Galilea, Cesarea, Cafarnaún y Golán, entre otras, se orientan a Jerusalén; la mayoría de las de Cisjordania miran al Sur, mientras que las de Transjordania lo hacen al Oeste.
(El proyecto perdido de la Basílica) |