Porreño escribió en 1628 que Felipe II "no labró entierro para sí, porque quiso que ninguno pensase levantara aquel prodigio de maravillas para enterrar sus cenizas". Sin embargo, en ése cúmulo de contradicciones, medias verdades y ocultaciones que son las crónicas oficiales del monasterio, más adelante se contradice: "edificó, para sepultura suya y de su prole regia, el templo de San Lorenzo"(61). Para algunos autores, este concepto es un invento de los últimos Austrias para favorecer su idea de un Panteón de Reyes que separara a los principales miembros de la dinastía de sus familias(62).
Kubler(63) cita a Herrera como autor de las trazas del panteón (aunque ésto es muy dudoso, ya que estaba muy avanzado -si no terminado- a la muerte de Toledo en 1567), a Crescenzi (1617) de su conversión en octógono(64), y a Lizargárate (1635) de su decoración. Según Kubler, Lizargárate fue el responsable de resolver los problemas de humedades e inundaciones, lo que posibilitó bajar el suelo de la cripta metro y medio.
Los cuerpos reales debían pasar entre treinta y cuarenta años en los «pudrideros» hasta que estuviera "consumida la humedad, y cuando ya no despiden mal olor"(65). Estos pudrideros son pequeños cuartos que quedan a los lados del Panteón, a un nivel ligeramente superior. También se guardan en la actualidad ataúdes en el antiguo coro bajo.
Visitando el antiguo coro alto (láms. 3 y 4) pudimos ver los nichos vacíos forrados de un estuco menos vistoso que el mármol barroco del actual panteón, y que Quevedo aún llama Panteón de Infantes(66). Su pobre decoración e iluminación hizo que se trasladara a los amplios sótanos del convento y que se dejara cerrado y sin uso tras la reforma de Isabel II. Sus medidas eran de 36 pies de largo por 16 de ancho (las proporciones duplas del Sancta del Templo de Salomón, acorde con su carácter de nave frente a la capilla mayor), con 51 nichos para los familiares de los reyes.
Lám. 3 y 4: Panteón de Infantes del siglo XVII, y el sotacoro o "choro baxo" del siglo XVI.
Todavía, cien años después de realizada la obra de trasformación de la capilla en Panteón Real, el Padre Ximénez describe en 1764 en su grabado los dos espacios anexos como "D. Pantheon d. Infantes y bóveda donde se depositan" y "E. Hueco d. la Escalera del Pantheon", y la bóveda de encima es ahora la "B. Secretaría de Estado"(67). El uso de ésta secretaría no está muy claro, pero merece ser subrayado que ya no pertenecía a la órbita de la eucaristía, sino a algún uso civil.
Además, en el título de la descripción del Panteón lo nombra como "Capilla Real" de los "Vice-Dioses". El nombre de Panteón, tal vez por la semejanza de la bóbeda con el célebre Panteón romano, había calado tanto que ha pasado desde entonces a convertirse en sinónimo de enterramiento familiar. La justificación etimológica para Ximénez es la de "semideidificar" a los reyes españoles. Un contemporáneo suyo, el embajador de Francia y duque de Saint Simon, Louis de Rouvroy, un hombre que no se distinguió por su amor a los españoles, describía este antiguo Panteón de Infantes como un espacio reducido donde los cuerpos se apretaban como libros en una estantería(68). |
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Tal vez por estas evidentes críticas, y desde luego por la saturación natural de ataúdes con el paso del tiempo, este espacio ha quedado sin uso. El actual Panteón de Infantes, que ocupa los sótanos del convento, es de hechura moderna, según el proyecto aprobado por Isabel II en 1862 y terminado en 1888. Consta de varias cámaras sepulcrales, un auténtico museo de la historia moderna de la arquitectura y escultura funeraria española, en las que descansan los restos de distintos príncipes e infantes de las dinastías de Austria y de Borbón, desde Don Carlos y Don Juan de Austria hasta miembros de la familia de Alfonso XIII.
La continuidad del enterramiento conjunto de la dinastía ya había sido cuestionada por Doña Juana de Austria, hermana de Felipe II y madre de Don Sebastián de Portugal, que junto con su hermana la Emperatriz María se enterraron en el monasterio de las Descalzas Reales, fundado por la primera. Tras la consolidación en el siglo XVII del nuevo esquema de enterramientos de los «reyes y madres de reyes», la línea dinástica solo se rompió al instaurarse los borbones, cuando Felipe V e Isabel de Farnesio se enterraron en el Real Sitio de San Ildefonso de La Granja, y cuando Fernando VI y Bárbara de Braganza decidieron hacerlo en las Salesas Reales de Madrid. Fue Carlos III el que decidió continuar enterrándose junto a los Austrias. La otra excepción fue Amadeo I de Saboya, hijo de Víctor Manuel de Italia, que abandonó España tras su abdicación y murió en Turín.
La distribución de las 26 urnas del panteón (4+4+4 + 4+4+4 + 2) quedó pues según la línea dinástica, con las 13 parejas colocadas simétricamente, y con las excepciones que se señalan:
Quedan en el Panteón tres urnas vacías, la que ocupará Victoria de Battemberg y las dos de encima de la puerta para don Juan y doña María Mercedes. Curiosamente, Carlos V nació en 1500, mientras que doña María Mercedes murió el 1 de enero de 2000, justo 500 años después del nacimiento del hombre cuyo enterramiento fue el principal motivo de fundación de El Escorial.
(Esto que oyes es el viejo J.S.Bach)