1.2. HIRAM, EL ARQUITECTO DEL PRIMER TEMPLO
Por Manuel Ayllón Campillo, Dr. Arquitecto

Salomón, tras recibir en el sueño las instrucciones de JHWH, al respecto de iniciar las tareas de construcción del Templo, las emprende siguiendo las instrucciones dadas por el viejo profeta Natan. Para comenzar estos trabajos Salomón, que gobierna un pueblo de pastores trashumantes, no asentados y, por lo tanto, no instruidos en el arte de construir, recabará los esfuerzos de un hombre versado en estas artes y, por ello, lo reclamará de allí donde estos oficios son casi sagrados y sirven al poder para mejor expresar su esplendor: de Egipto. En señal del pacto, Salomón casará con la hija del faraón Saimón, que se desplazará a vivir en Jerusalén conservando su religión y levantando con ello las primeras críticas de los levitas al nuevo estado de las cosas en Israel.

El emperador egipcio designará a un experimentado arquitecto de nombre Hiram-Habib (Hiram el Fundidor) para el trabajo de construir el Templo en Jerusalén. Como ya se ha dicho de la enemistad a niveles populares entre egipcios e israelitas, cosa que no sucede a nivel de gobernantes, conviene en que ese arquitecto que viene de Egipto y, por lo tanto, está instruido en las técnicas de la cantería, el arte de fundir metales, los secretos de la geometría y conoce de los modos de organización en los capataces, maestros, albañiles y aprendices, disimule su verdadera nacionalidad y la esconda bajo la lengua y los modos de un fenicio, país vecino y amigo de los israelitas. Los fenicios intervendrán de manera decisiva y peculiar en esta historia y es de manera no ajena a aquellas características conductas que se han dado en llamarse "fenicias" cuando hacen referencia al talante mercantil y negociador. Ya entonces se procuraba tan laborioso e ingenioso pueblo en labrarse una fama en la historia. Sucedía, a la sazón, que el pueblo israelita, gente nómada y del pastoreo -al menos hasta entonces-, necesitaba de maderas y metales para construcción de su Templo y al ser Galilea tierra pobre en ambas riquezas procuraron el concurso del comercio fenicio para procurar allegar tales materiales. A tal fin, los fenicios convinieron con Balkis, la reina de Saba, que su reino proveyera los metales, ellos proveerían de las maderas de sus cedros e instrumentarían la operación comercial aceptando en pago las producciones agrarias y ganaderas de los israelitas. Cobrarían una comisión a Salomón y otra a la reina de Saba por la mediación, darían trabajo a su flota y venderían la madera de los bosques libaneses. ¡Todo un negocio!. Los israelitas pagaban al rey de Tiro veinte mil fanegas de trigo y veinte mil cántaras de aceite por año. Además permitirían que el arquitecto enviado por los egipcios adoptara la nacionalidad fenicia al decir ser hijo de padre fenicio y madre de la tribu de Neftalí y tomara el nombre del entonces rey fenicio, curiosamente también llamado Hiram.

Y en estas llegó a Jerusalén el arquitecto Hiram-Habib para emprender los trabajos de construcción del Templo, según las instrucciones que se tenían desde las profecías de Natan, de las instrucciones particulares de Salomón y de las características específicas del Tabernáculo, hasta entonces trashumante, que albergaba el Arca de la Alianza. El Templo habría de ser el nuevo Tabernáculo. Por cierto y al hilo de la capacidad de evocación que esta materia ha tenido entre los arquitectos de todos los tiempos, conviene repasar los dibujos de Le Corbusier sobre ese Tabernáculo.

Cuando Hiram llegó a Jerusalén su primera tarea fue la de organizar a los israelitas en gremios y oficios con los que emprender los trabajos. A tal fin, comenzó instruyendo a unos cuantos, que a su vez instruyeron a otros y estos a muchos más con objeto de instruir a los israelitas en labores para ellos desconocidas como tallar y pulir la piedra, transportarla, fundir los metales, fabricar los instrumentos, cortar y ensamblar finamente las maderas, trabajar las piedras duras, fabricar poleas y cabestrantes, conducir el agua, acopiarla, mover las tierras y, sobre todo, entender las ordenes y establecer unos códigos de representación y lenguaje para comunicar y transmitir el oficio para ejecutar todas estas nuevas tareas, nuevas al menos para los israelitas. Por ello, bajo el mando de Adonirán -persona de la confianza de Salomón- se enviaron a Tiro, a perfeccionarse en estas artes, a treinta mil hombres, en tres turnos de diez mil cada mes. Al final del proceso de instrucción y organización había tres mil trescientos capataces de obras, o maestros, treinta mil obreros especializados, setenta mil cargadores y ochenta mil canteros en las montañas. Todo un ejército organizado desde los gremios y los oficios. El embrión de un nuevo orden social y, todo ello, dirigido por un arquitecto extranjero. Era evidente que esto empezó a sentar un profundo malestar en la casta levítica, hasta entonces la más privilegiada por ser la depositaria de la ritualidad litúrgica y tener con ello el práctico monopolio de la escritura, la lectura y la administración del reino. Estaba empezando a nacer una nueva y distinta organización social fuera del ámbito jurisdiccional levítico y ello con el apoyo del rey Salomón, que con ello fortalecía su poder al hacer más sabio y complejo a su pueblo, de una parte, y de otra al contraponer un nuevo poder al ya viejo -y único- de las castas sacerdotales. Estando ya concluido el Templo, en cuyos trabajos se emplearon siete años, se inició la construcción del Palacio de Salomón, que también fueron encargados al arquitecto Hiram-Habib. Este simultaneó estos trabajos de cantería -la formación de fábrica de obra civil del palacio- con las tareas de decoración y remate del atrio del Templo. A tal fin sale a relucir el oficio de fundidor del arquitecto Hiram.

Hiram enseña los planos a Salomón. Grabado de J.J. Scheuchzer, «Physica Sacra Iconibus Illustrata», Augsburgo, 1731

Y esto se presta a un juego de sutiles interpretaciones y equívocos, según las fuentes documentales que usemos, que en unos casos (los más canónicos) atribuyen a Hiram de Tiro (el rey) la autoría moral de los planos del Templo por vía de instruir en Tiro a los treinta mil albañiles de Israel dirigidos por Adonirán, y a Hiram-Habib (el fundidor) la autoría, exclusivamente, de la fundición de los objetos simbólicos y ritualísticos de naturaleza metálica que adornaban el atrio del Templo. Sin embargo los textos no canónicos y las tradiciones simbólicas unen en una sola persona, la de Hiram-Habib, el arquitecto y fundidor, ambas tareas y competencias. Y esto no es casual ni gratuito. En la descripción canónica de las tareas de fundición de las columnas -las piezas más importantes del aparato simbólico- que enmarcaban la entrada al templo todo transcurre normalmente y no se relata incidencia alguna en tan trabajosa tarea. Sin embargo en el relato, según la tradición esotérica, de este episodio la fundición de las columnas se convierte en un estrepitoso fracaso. Veamos como pudieron suceder estos hechos.

Al parecer, y en esto coinciden las descripciones canónica y heterodoxa, la reina de Saba, Balkis, que había establecido comercio con los israelitas a través de los fenicios, decide viajar a Israel a conocer a Salomón, joven monarca de creciente fama en aquella siempre conflictiva y turbulenta área geográfica. Por ello se desplaza a Israel con su séquito cuando ya están concluidos los trabajos civiles del Templo, se están iniciando los del Palacio y se van a fundir las grandes columnas del atrio y demás objetos de decoración y culto como el Mar de Bronce, los candelabros o las basas de bronce. Pero algo había cambiado ya en el corazón de Salomón respecto a su confianza y cariño hacia el arquitecto Hiram-Habib. Las murmuraciones de los levitas, menoscabados -o así creían ellos- en su poder por el creciente desarrollo e influencia de los gremios de constructores instruidos y dirigidos por el arquitecto Hiram, comenzaban a afectar el juicio de Salomón predisponiéndole, aunque fuera de manera incipiente, contra el arquitecto al que atribuían una voluntad conspiratoria contra Salomón. Y en esto llegó Balkis, la reina, mujer al parecer de extraordinaria belleza. Y como en toda buena película francesa se debe proceder a chercher la femme.

Al parecer Salomón quedo prendado de Balkis y, si bien ésta pudiera, tal vez, haberle correspondido en sus ardores, se impuso el buen criterio de la reina, que con más juicio que Salomón comprendió que, de fomentar las esperanzas del israelita, éste pudiera acabar repudiando a su esposa egipcia, la hija del emperador Siamón. La importante condición de Balkis no permitía a Salomón tomarla como concubina, como sucedía con otras bellas extranjeras de menor condición, y de prosperar en sus amores, la culminación formal de los mismos -cosa inevitable- era un matrimonio que, por el repudio que antes exigía, hubiera ocasionado un fuerte incidente diplomático con los poderosos vecinos egipcios, agraviados entonces por la ofensa inferida a la dignidad de la esposa repudiada. Tal supuesto acarrearía funestas consecuencias para la estabilidad política y militar de un área que ya desde entonces se caracterizaba por todo menos por ser apacible. El poderoso sentido común de la de Saba refrenó el talante apasionado de Salomón, que si bien seguía enamorado de ella no era correspondido. Por el contrario Balkis quedo prendada del arquitecto-fundidor y, con ello, se anudaron los celos en el corazón del poderoso rey israelita. Pero sigamos con los hechos y aparquemos, por un momento, las pasiones y el erotismo meso-oriental.

Estaban así las cosas entre los protagonistas del drama cuando Hiram debía comenzar la fundición de las grandes columnas del Templo, la tarea más complicada de las previstas. A tal fin se dispuso un gran espectáculo en que Salomón y Balkis adornarían con su presencia el acto festivo de la difícil fundición -espectáculo de fuego y luz en la noche- al que se había convocado, para su solaz y admiración, al pueblo todo de Israel.

Benoni, el fiel ayudante fundidor del maestro Hiram, había sorprendido al caer la noche los trabajos de daño al molde del vaciado que habían saboteado tres obreros, Fanor el sirio, albañil; Anru el fenicio, carpintero; y Matusael el judío, minero. Benoni avisó a Salomón de la sevicia preparada y este calló y guardó para sí el aviso que debió trasladar a Hiram, pues celoso de los favores que presumía que Balkis concedía al arquitecto deseaba para éste un fracaso en la tarea cumbre de su oficio. Los celos siempre llevan a perder el sentido común, pues como dice Montesquieu en un país -el del espíritu- en que el amor es el mayor interés, los celos son la mayor pasión. No sin ironía Freud, que reduce el sentimiento amoroso a una sobrestimación del objeto, divide los celos en tres clases: competitivos, proyectados y delirantes. Los primeros son narcisistas y edípicos; los segundos imputan al ser amado una culpa, ya sea real o imaginaria, que pertenece al yo; los terceros, al borde de la paranoia, toman como su objeto, generalmente reprimido, a alguien del propio sexo. Salomón saltaría por encima de la variedad normal o competitiva, se demoraría brevemente en el tipo proyectado y se centra cruelmente en el modo delirante. Pero continuemos con nuestra historia.

Por la noche, ante la expectación de todos, se pone en marcha el artificio, éste fracasa clamorosamente y Benoni, horrorizado por lo que ocurre, se arroja a la lava ardiente y fallece para procurar la expiación de su culpa por negligencia en el obligado aviso a su maestro. Tras ello, abandonado por todos, Hiram se duele ante su obra destruida. A partir de este punto del relato se exponen las causas por las que la literatura canónica omite el relato de estos hechos. Veamos lo que sucede en adelante.

Cuando Hiram, abrumado, contempla los restos del destrozo surge ante él una figura brumosa y brillante que, engalanada en su cabeza con una mitra de corladura y llevando en la mano un martillo de herrero, le apela a que abandone la pena y le acompañe en un viaje mistérico, que le lleva a un remoto lugar de su espíritu - para Hiram desconocido- donde esta figura se identifica como el terrible Tubal-Caín. Allí le muestra ese lugar desconocido, que la figura brumosa señala como la casa de Enoc, al que los egipcios llaman Hermes y los árabes Esdris. Tubal-Caín instruirá a Hiram en lo esencial de las tradiciones de los cainitas, los herreros, los dueños del fuego. Luego le mostrará a Enoc, el que enseñó a los hombres a hacer edificios, a Mavel que enseñó la carpintería, a Jabel el que cosía pieles y las curtía para construir tiendas, a Jubal el músico, a Hirad el conductor de aguas y maestro de riegos, y a los demás maestros primigenios y, por fin, al maestro de maestros, el propio Tubal Caín. Este último acababa de transmitirle a Hiram-Habib los principios de la tradición luciferina. Tras esta iniciación, el Arquitecto volvió al mundo superior de las luces y del día y recomenzó sus trabajos que, esta vez sí, culminaron en un gran éxito.

Toda esta historia, por evidente, proviene de los herreros cainitas de las proximidades del Sinaí y, por emplear una expresión del mundo tántrico, es una historia de la mano izquierda, en la terminología esotérica ordinaria divulgada por Helena Petrovna Ba. Es lógico que la canónica suprima esta parte del relato, que seguramente no fue cierto, aunque sus orígenes se encuentren en la visión talmúdica expuesta. Por ello, en la Biblia el resultado de la fundición fue un éxito desde el primer intento, evitando así la bajada a los infiernos del arquitecto Hiram, al que la Biblia sólo hace fundidor y no arquitecto. Se evita con ello que la tradición luciferina vuelva al mundo, y menos de la mano de los arquitectos. En el relato bíblico, el oficio de construir no está asociado con el de fundir, por ello Hiram sólo es fundidor, pues es el que funde, el que maneja el fuego, es de estirpe cainita y, por lo tanto, de la estirpe de hombre. Es lógico que el constructor que traza los planos de la casa de Dios no venga de esa línea, de esa mano, y por tanto los planos son trazados directamente por Dios a través de las profecías de Natan y luego de Ezequiel. La figura del arquitecto queda diluida en el relato bíblico en una tarea colectiva y no existe una especificidad competencial expresa sobre la figura de Hiram en esta materia. Se pretende evitar la idea de que el fundidor -el cainita y extranjero venido de Egipto- sea también el artífice del proyecto esencial del Templo. Esto pondría en una posición incómoda a aquellos descendientes de Abel que ven en el arquitecto Hiram la legitimación posterior de los descendientes de Caín, a los que JHWH permitiría la realización de Su Primera Casa en la tierra. No es casual, en esta línea, que la tradición no canónica hable de un enfrentamiento desde el principio de los trabajos de la construcción del Templo entre los levitas y el arquitecto y sus gremios. ¡Tampoco los arquitectos somos para tanto! Al menos hoy día.

En esa crónica luciferina hay un ultimo dato que Tubal-Caín revela a Hiram-Habib. Es el de decirle que Balkis, la de Saba, es de la estirpe de Caín y por lo tanto el destino la llevará hacia Hiram, para ser su esposa. Al menos para que éste siembre en ella la semilla de una futura descendencia cainita. Pero, volvamos a los hechos que sucedían en Jerusalén cuando nos fuimos a conocer estas historias.

Tras la aventura de la fundición, en uno o en dos intentos, es decir con un Hiram que, en el primer caso, sólo es bueno y, en el segundo, también; y, a la vez, es malo -aquí el principio de dualidad-, los trabajos se terminan e Hiram va a cumplir el final de su contrato.

Habíamos dejado la situación del relato en una Balkis enamorada de Hiram, y embarazada de él, a un Salomón celoso y prevenido contra Hiram; a unos levitas intrigando contra el creciente poder de los gremios constructores en menoscabo de su casta sacerdotal y procurando la expulsión de Hiram del reino de Israel. En ese escenario de presumible tragedia tres albañiles a los que Hiram no ha elevado a la categoría de capataces y que están molestos por ello, ofrecen sus servicios homicidas a los sacerdotes levitas que, sabiendo el incipiente odio que en el corazón de Salomón anida contra Hiram, les pagan el salario del crimen y asesinan al arquitecto en una noche sin luna tras una emboscada cobarde. Salomón no fue un asesino, al menos en el estricto sentido, pero consintió que sus ministros levitas lo fueran. Su mano no se mancho con la sangre del arquitecto, pero no cortó la mano de aquellos que pagaron a los sicarios y su corazón se complació con ello. Estamos viendo, ya desde entonces, conductas que aún hoy se repiten. Los hombres no cambiamos... y ¡los arquitectos tampoco! En esta historia se han visto no pocos arquetipos y algún que otro arquitecto de por medio.

En Jerusalén la pena y el dolor cunde entre los gremios de constructores, la sublevación se presiente. Salomón ha de aplicar toda su sabiduría, que es mucha, en acallar las voces que le imputan el crimen, los levitas y los militares acallan la disidencia y los gremios se disuelven. Antes de ello, y tras el crimen, la reina de Saba abandonará Jerusalén llevando en su vientre la semilla de Hiram. Nacerá un niño. Este niño, su hijo, y los hijos de su hijo y su siguiente descendencia serán llamados, en adelante, los "hijos de la viuda". Con esta apelación se conoce en el mundo iniciático a los constructores, por extensión se han autoproclamado de tal origen todos aquellos que ven en la vía iniciática del simbolismo occidental de origen judeo-cristiano un camino de perfección individual.

Tapiz de siglo XVII Lámina francmasona Der compass der Weisen
1) Representación satírica de una logia masónica (1747). Es una evocación de las perspectivas de Vatable y Arias Montano del Templo de Jerusalén. 2) Lámina francmasona (Inglaterra, ca. 1780). 3) Ketima Vere, Der compass der Weisen (El compás de los sabios), Berlín, 1782.

Todo esto terminará con el enterramiento clandestino de Hiram en un campo abandonado. Su tumba quedará sin señal. Sobre ella, no obstante, nacerá una acacia, que parece alimentarse de la savia del maestro arquitecto. Por ello esa tumba será descubierta, por lo singular de la existencia de tan lozano árbol en aquel paraje desolado. En adelante la acacia se denominará, en el mundo esotérico, el árbol de la sabiduría y apelar a su conocimiento será una manera de reconocerse entre sí los maestros constructores.


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