EL ESCORIAL Y
EL TEMPLO DE SALOMÓN

FRAY JOSÉ DE SIGÜENZA: LA FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE EL ESCORIAL (1605)

El padre Sigüenza

La comparacion y conferencia de este templo y casa con otros edificios famosos, principalmente con el templo de Salomon. Discurso XXII

(f. 132, p. 869) Aunque lo que prometo eneste discurso excede a la obligación mia, con ella he cumplido quanto a sido possible [y aun] a mis flacas fuerças, agora sacare otras de mi misma flaqueza, para satisfazer (si pudiere) a las preguntas importunas de muchos. Unos dizen y preguntan [, valame Dios], si ay en el mundo otro mayor edificio , ò tan grande , otros, sí lo ha auido, otros y los mas, acuden luego al templo de Salomon, porque apenas saben de otras fabricas grandes sino desta, porque lo han oido [la oyen] a los predicadores, o lo leen en el Flos Sanctorum. Y otros tambien se acuerdan de las siete maravillas del mundo, y como gente mas enformada [leyda] diçen, que es esta la octaua, y otras cien admiraciones ò pescudas, que assi pueden llamarse [se han de llamar]. Curriosidad es querer hazer comparaciones en esto, y aun a mi parezer se pueden hazer por ser cossas de muy differente genero, y aun con las fabricas que son del mismo, como son monasterios y templos, es dificultosa la conferencia, porque no se puede hazer sino con mil limitaciones. Claro esta que el monasterio de Tomar, y el de sta Cruz, y otros que hizieron los Reyes de Portugal, y el de Poblete que hizieron los Reyes de Aragón, y otros muchos que pudiera nombrar dentro y fuera de España, [y aún en esta orden], le hazen conocida ventaja à este, ò en vassallos ò en rentas, ò en multitud de edificio, ya que no tal ni tan bien traçado ni ordenado. Porque a esta casa no le dexo el Rey ni un vassallo, ni aun renta suficiente para el numero de los frailes [religiosos], y las grandes obligaciones de que nos cargò, y los que he nombrado, tuuieron mucha cantidad de uno y de (p. 870) otro, de rentas digo y vassallos, aunque con los tiempos han caydo mucho de lo que fueron, y que este se la hara a aquellos en otras muchas cosas. Y claro està que la Iglesia de S. Pedro de Roma, y la de sancta Sofia de Constantinopla, que ahora por nuestros pecados sirue de abominable mezquita, son sin comparacion maiores que esta Iglesia, que puede caber dentro y sobrar muchos espacios vacios, y aun la de Seuilla es conozidamente mucho maior de las otras que pudieran competir con ellas, [de aquellas, dexo otras mil]. Mas mirada la unidad y junta desta casa y templo, y tomandolo assi todo, es sin comparacion mayor que aquellas [fábricas], y el Palacio del Papa que esta junto con el Templo tambien es conocidamente maior, porque tiene mas de cinco mil chimeneas y arden de ordinarrio mas de tres mil, mas en comparazion desta no tiene unidad ni hermosura, porque son pedazos y apossentos hechos por la voluntad de muchos papas y desorden a los que guardasen ser q. esto ni proporcion ni unos con otros. No quiero tampoco comparar esta fabrica con aquellas de los Romanos tan celebradas, unas prouechosas, discretas, y de policia, quales fueron aqueductos, para proueer aquella ciudad de agua en mucha obundancia: los caminos, las puentes, y otros deste genero, que adornan y sirven tanto en las Republicas. Otros de menos prouecho y mas gentileza, y otras de todo punto temerarias, locas, vanas, llenas de ambicion y ostentacion gentílica, qual fue aquella cassa aurea de Neron, que poco menos encerrò dentro de sus puertas a Roma, como dize Plinio, y aquella puente desatinada de Caio Caligula, que entraua tres leguas [millas] en la mar, puesta sobre unos nauios, pordonde passo triunfando sin porque, con todos los Senadores, caualleros, y soldados de Roma. Y aquellos dos teatros de Marco Scauro, y Caio Curio, que pusieron en admiracion a Plinio (Plin. lib. 36, c. 24 [15]), quien no admiro toda esta machina del Universo y prefirió ni aquella [que no se espantaua de nada]. Del primero dize, que siendo Edil en Roma, que es como si dixessemos obrero, ò alarife, aunque hay differencia entre estos oficios, que no es deste lugar aueriguarla, emprendio una obra la mayor que jamas hizieron manos de hombres, no para poco tiempo como esta sino para que permaneciesse. Esta fue un teatro de tres ordenes y suelos, y en ellos auia trecientas y cuarenta colunas, el orden mas baxo era de marmol, el de en medio de vidrio, prodigalidad inaudita en el mundo, el tercero de madera, cubierta toda de oro. Las columnas de notable grandeza, y entre ellas auia tres mil estatuas de bronce. En el contorno y marco del teatro cabian ochenta mil hombres, que aun en el de Pompeya con ser una obra tan excelente [que fue famoso, y hecho] para que durasse siempre, no cauian sino quarenta mil, y esto no era para que durase sino un mes poco mas, como el mismo Plinio lo afirma y lo vio con sus ojos y no es de lo que quenta por relation de otros. [Y no es esta de las cosas que Plinio (Plin. lib. 34, cap. 7) cuenta porque se las dixeron, sino porque lo vio.] Y con ser esta fabrica tan desatina [monstruosa] y de tanta admiración , añade que le excedia la de Caio Curio. Porque viendo que no podía vencer a la grandeza y magnificencia del teatro de M[arco] Scauro, acordo sobrepujarle con el ingenio. Hizo dos teatros juntos para celebrar las obsequias de su padre, y estos los hizo [Fabricolos] de madera leuantados y pensiles en el ayre, sobre unos fuertes quizales, para que se meneassen y reuoluiessen en torno, assentado todo el pueblo Romano. [en ellos]. A la mañana quando se hazian las representaciones, estauan de espaldas el uno con el otro, para que no se esturuassen ni hiziessen ruydo. A la tarde quando se auian de hazer los juegos de los gladiadores, tornauan a reueluerse lleuando assentado encima todo el pueblo Romano [hasta juntar los dos cuernos y puntas el uno con el otro, y] , ansi juntos [assi de frente] hazian un Anfiteatro, y en aquella plaza y arena estando de frente [que hazian en circulo,] vian las fiestas. Admirabase grandemente Plinio de tan estraña locura y [dize] no sabe de qual marauillarse mas, si de la inuencion del inuentor, del artifice, ò del dueño de la obra, del osar imaginarla, o admitir tal empressa, del concebirla, o del executarla. Y lo que le parece mayor temeridad y atruimiento, es la del pueblo Romano fiarse de un assiento tan peligroso y tan (p. 871) falso y fragil. Vea quien quisiere lo demas que añade este grauissimo autor, reprehendiendo la locura de aquella ciudad que està dicho, con la elegancia y agudeza que suele. En el mismo capitulo vera [tambien] otras estrañas mostrusidades de fabricas y gastos increibles, que comparada à esta casa aunque fuera mucho mayor con ellos, es una pura miseria y migaja [nonada]. Pues con estos edificios que como digo son prodigalidad, ostentacion y locura, no hay que hazer comparacion, ni es bien se haga de cosa tan sancta, y dedicada (f. 132v) para tan santos fines, a las desbaratadas y de tanta profanidad. El Panteón de Roma que hizo Marco Agripa, como también lo refiere Plinio en el mismo lugar, fue excelente fabrica, y la arquitectura mas perfecta y bien entendida, y mejores adornos que huuo [en] aquel pueblo, en quien vinieron a parar todos los buenos architectos, ingenieros [traìdos por fuerça] y por armas todas las riquezas, regalos, tesoros [, y ingenios] del mundo. Con todo esso dudo que fuesse mejor que esta, ni [de tan buenas partes, ni] de mejores ni mas ricos adornos. qreando esto en su mayor prosperidad, que agora en el estado en que esta escrito no le iguala con mucho, que hemos visto canstar claramente porque la architectura no es tanta ni mejor como la de este templo, aunque aquella sea [era] de orden Corinto, y esta Dorico. Las estatuas, frisos, [cornisas] y otras muchas cosas, de bronze que alli huuiera, aunque fueron muchas [tantas] y de tan excelentes artifices (en lo que creo excedio a esto que aquí tenemos [lo de agora], porque llegò aquello [alli] a su punto en aquel siglo, agora en vez de ellas ay muy excelente estremada pintura que compite con escultura. Y fuera de esto ay muchos ornamentos preciosos de estremada labor. [Gran numero de vasos de plata] instrumentos, musicos, como [que] son los [muchos] organos de gran ornato y magestad que no los conocian en aquel tiempo, [que en aquel tiempo no los conocian, y son de gran ornato y magestad]. Libros en gran cantidad y tan preciosos, y de excellente letra y pintura y de nada desto tuuieron noticia en aquellos tiempos ni su religion vana los usaba porque no sabian que cosa eran loores diuinos [sillas y assientos, y de todo esto carecianlos adoradores de los ydolos]. Aquel camino v via que hizo Apio Claudio tan celebrado en el mundo y con tanta razon, que tomando el nombre de su autor, se llamò, la Via Apia, de quien escribiendo Procopio (Libro 1, de Bello Gotico), noucientos años despues, dize que llegaua de Roma à Capua, que son cinco jornadas de uno que camina bien despuès se alargò hasta Brundusio, que son (CCCL) [cinquenta] millas, y que era tan ancha que yvan dos carros, y venian otros dos a la par, sin impedirse al encontrarse, y que las piedras eran muy grandes, y de [unos guijarros] o pedernales durissimos y quadradas, de quatro y de cinco pies en quadro como vn dado, y con tanto primor juntas, sin grapas ni otras ligaduras, que a penas se les vian las juntas.

(A partir de aquí, transcripción de la edición moderna de Aguilar. Gracias Marián).

Y con haber tantos años que estaban allí sentados cuando él las vio, ni con las ruedas de los carros, ni con las herraduras de las bestias, ni con el agua, ni con el tiempo, ni con tantos ejércitos e infinidades de gentes que habían pasado por allí, ni se les había hecho mella, ni perdido el pulimento ni el lustre, cosa verdadera, admirable; y lo que más admiración pone a cuantos lo han considerado es que hasta el día de hoy no se sabe en muchas leguas del contorno de Roma dónde tal cantera ni dónde se pudiese haber sacado tanta innumerable piedra, tan grandes y tan duras, aunque Onufrio quiere adivinar no sé qué parte. Paréceme que esta obra, mayor que la de esta casa dos veces, aunque no tenga muchas cosas de las que aquí se ven, más también tenía otras de gran excelencia, `porque los lados, o como si dijésemos las márgenes de este camino, estaban adornadas de poyos y descansos, gran número de preciosas estatuas, sepulcros excelentes de soberbio edificio, pirámides, obeliscos, artificiosas inscripciones y de gran erudición, que sin duda sería gran deleite caminar por ella cuando estaba en su perfección y entereza, como lo ponderan con gran razón nuestros anticuarios. Y quien quisiere ver cómo no tiene que admirarse mucho de esta casa, aunque sea tan excelente, vea a Justo Lipsio en aquel libro docto y prudente que intitulo Admiranda Romae.

Lo principal que prometí tratar en este discurso es responder como pudiere a la pregunta curiosa y ordinaria: si fue mayor que esta casa el templo de Salomón. Lo que puedo responder más presto y más cierto es que no sé, y con esto saldré de mil cuestiones. Y si me aprietan más y quieren que diga (como echando seso a montón) lo que me parece, diré dos cosas. La primera, que no fue tan grande fábrica o edificio aquel como este, o lo más cierto que no fue mayor. Lo segundo, que no tiene ninguna comparación esta con aquella, porque le excede en doscientos tantos, y aunque parecen estas dos cosas contrarias y como increíbles, procuraré mostrar lo de la Escritura Santa con no poca claridad, aunque es esto ni en todo lo demás seré cabezudo; cada uno sienta lo que Dios le ayudare.

Lo primero que quiero sentar o presuponer y para mí es muy cierto es que el templo de Salomón y el que el Profeta Ezequiel pinta, cuyas medidas le mostró el ángel en visión, son tan diferentes como el cielo y la tierra; y es muy pequeña esta comparación, pues son tan diferentes como el cuerpo y el espíritu, y tan distantes como los dos arquitectos, Salomón y Jesucristo. Aquel le hicieron manos de hombre, y los ojos de infinitos le vieron y le pudieron medir. Este no entraron manos de hombres en él ni ojos humanos le vieron, si no son los del alma y espíritu de Ezequiel y de otros muchos varones perfectos y santísimos que gozaron de su perfección y vieron su grandeza y sus medidas. Y cuanto a lo primero, yo no hallo, ni lo hay, en el tercero libro de los Reyes, ni en el segundo del Paralipómenon , ni en toda la Escritura Santa, ni en ningún lugar de Ezequiel, que Salomón edificase más de los pórticos o atrios, que se llama, el uno, de los sacerdotes y levitas, y también se llama atrio, y otro se llama atrio grande, y jamás en lugar alguno se hace memoria de otros atrios; digo donde se trata la realidad y la verdad de la historia, porque en Ezequiel y en su templo, donde hay tantos atrios espirituales y místicos, no se hace ninguna memoria de David, a quien Dios dio las trazas del templo que se edificó, ni de Salomón, que lo puso en ejecución. Y si fuera el mismo, y estas las mismas trazas que aquellas, en una o en otra parte convinieran, o en el espíritu y profecía se hiciera alguna alusión, o se nombrara a Salomón o David.

Cuéntase en el libro de los Reyes y en el Paralipómenon los atrios que Salomón edificó en sus propias casas, y aun las columnas que puso en ellas, y dos que puso en el templo, ¿y había de olvidarse en todas partes de tantas columnas y atrios como algunos quieren poner en el templo?. También es manifiesto que ni aun en el templo del Rey Manasés, hijo de Ezequías , no había más de dos atrios en el templo, t el segundo aún le llama nuevo en el tiempo de Josafat, como aparece en el Paralipómenon. Y la más fuerte y fina prueba es que todos los ingenios del mundo no harán que cuadren las medidas de aquel templo antiguo de Salomón con las del nuevo y eterno de Ezequiel, y el que más trabajare en ellos, trabajará en balde. Sería larguísimo discurso discurrir por tantos singulares; más díganme: pues mide el ángel tan menudo el templo, las entradas, puertas, atrios, escalones y gradas ya aun los resaltes de las pilastras, y mira las palmas, los leones, los querubines y cuanto está por las paredes esculpido, ¿cómo se olvidó de una torre tan notable que estaba en el vestíbulo del templo, a la parte de adentro, que era doblado de alto, y el templo no más de sesenta?.

¿Y cómo no se acordó tampoco de una cosa tan señalada como aquellos dos querubines que atravesaban con sus alas de pared a pared?. Y lo que es más, ni del Arca del Testamento hace memoria, ni se acuerda de aquella infinidad de oro que en él había, y hace memoria de infinitas cosas que jamás se vieron en el templo material de Salomón. Y pregunto: ¿qué necesidad tenía el Profeta de que le mostrase y le midiese tan por menudo las paredes, las puertas, las ventanas y otras cosas de un templo material derribado y destruido, que él y cualquier otro hombre particular pudiera haber medido, y sin duda tenían mil veces medidas y conocidas sus partes? ¿Y qué necesidad tenía que le fuese diciendo qué era cada cosa de aquellas: «Este, el vestíbulo; este, el Sancta sanctorum, y este, el baño», y que esto que le decía se lo dijese a los hijos de Israel, que había tantos años que lo estaban mirando y tratando con sus manos?. Si fuese yo mostrando esta casa a un hombre prudente y le dijese: «Señor, sabed que esta es fuente, y esta es escalera, y estos son antepechos, y estos son claustros», ¿no se reiría de mí? ¿Quién no ve más claro que el sol que no es este templo cosa material, ni el que edificó Salomón, ni aun estos hijos de Israel, los hijos carnales de aquel Patriarca?.

Entendió esto divinamente San Jerónimo, a quien fuera bien que en esta parte y en otras muchas siguieran y abrazaran su doctrina los que tratan de Ezequiel. Niega el santo que este templo y el de Salomón sean una cosa, y da las razones que dije. Porque este es muy más excelente y a gusto que aquel, cuanto es más excelente Cristo que Salomón, y porque las medidas y partes del uno no vienen con las del otro. Y comentando las palabras el Profeta: Tu autem fili hominis ostende domui Israel templum, etc. dice que se ve en ella; no habla del templo que edificó Salomón, según se cuenta en los libros de los Reyes y en el Paralopómenon, porque aquel era de otro orden y otras medidas, con gran diferencia en cada cosa, tanto inferior al templo, que solo muestra a Ezequiel , que no sólo sus ministros y porteros de aquel pecaron y ofendieron a Dios, sino si mismo autor Salomón, aunque después hizo penitencia, como él lo escribe en los Provebios, donde dice: «Finalmente, yo hice penitencia y puse mis ojos e intento en escoger la verdadera doctrina. Mas esta casa que se le muestra a Ezequiel, y por Ezequiel a Israel, es de tal suerte, que el que la viere dentro en su alma cesará de sus pecados, no de algunos, sino de todos», etc.

He puesto de buena gana estas palabras de nuestro gran Doctor por lo mucho que en ellas se encierra, y lo principal, por la verdadera inteligencia del templo de Ezequiel, que no es, según nos lo enseña, sino un templo y perfecta fábrica de Cristo, por virtud del Espíritu Santo, que sólo la entenderá y sabrá sus partes y medidas quién la tuviere dentro, donde se hallarán todos estos pórticos, exedras o salas y atrios; y finalmente, como en propia morada de Dios, no habrá en ella pecado ni cosa fea. Juntamente y de camino nos dijo el santo claramente que Salomón hizo penitencia, alegando el lugar de los Proverbios, según la versión de los Setenta, que favorece, y el parafraste Caldayco. Y luego, más abajo en el mismo capítulo, prueba con una perentoria que este templo no es el de Salomón con una perentoria y gravísima razón, porque en el de Salomón, ni en el tabernáculo de Moisés, no había más de un lugar que se llamase Santa sanctorum, y en este de Ezequiel, todo él, con todo su ámbito, se llama Sancta sanctorum, y así lo va probando con otros muchos lugares excelentes ponderados.

Esta misma sentencia de nuestro santo doctor Jerónimo sigue como ciertísima el doctor Arias Montano, en muchos lugares de sus escritos, y particularmente sobre Isaías. Y en el libro excelente que intula Hymini & saecula dijo elegantemente su pensamiento, en una oda que hizo al Profeta Ezequiel, sonde está harto galanamente puesto todo el argumento de este Profeta. Y de la primera visión de aquel misterio carro y ruedas, caballos o cuadrigas, cantó así el excelente y divino poeta:

Se mihi non animi tantim natura nec ars dat,
Mens vaae nimis temeraria sumit.
Vt sacra quadri iugi imprudentss mysteria currus,
Disquiram soluam ve, ligem ve.
Naam quis vel solium, vel puluinaria summi
Niminis inspiciat referatque?
Quisque oculis penetret lucem mortalibus illam,
Quam suter subit atra calligo?

Y luego, más abajo, viniendo a tratar del templo, cantó el santo apolo, diciendo así, con la misma elegancia:

Aet ternaaeque domud templum, quod caertera damnat,
Qui terris sint condita duro.
Assere vel saxo, aut tenui velata hyacinto,
Et lino lanisque caprinis.
Illa prius dicatara suis quam facta magistris,
Ritibus humanisque dicata.
Hoc vero vnius digitis ac mente benigni &,
Arte Dei constare peractum.
Credat opus, mecum, qui sentiet & bene notum,
Iis tantum quies limen adire
Munere concessium diuini autoris, & esse.
Partem aliquam soliique domusque.

Parece traslado todo de las palabras de San Jerónimo, Y para concluir con esto, deseo saber: ¿en cuántos años, con qué dinero, con qué gente se podrá hacer una muralla que tenga trescientos codos y más de alto, que por lo menos son cuatrocientos cincuenta pies de vara, y mil codos de largo, que son mil quinientos; y por lo menos le menos de dar ochenta de ancho para tenerse así, cuanto más sustentar unos grandes terraplenos y un grande templo encima?.

Confieso que si se esta obra es de Salomón, como lo afirman muchos, que la hizo para igualar la tierra y el área, para que cupiese en el monte Moria, en la era de Ornan Gebuseo, la planta que le dejó David, su padre, que es una de las fábricas más estupendas que se ha visto en el mundo, y que no tiene que ver esta casa de San Lorenzo con solo este paredón y cimientos. Ni sé de historia alguna que haga mención de torre tan descomunal que tenga cuatrocientos cincuenta sillería con sus nichos, que los tiene.

Bien veo que lo toman de Josefo; mas no quisiera que le quitaran cien codos más que Josefo pone, diciendo que eran cuatrocientos codos de alto, que, a pie y medio, son seiscientos pies, porque se hiciera más admirable, y pues le seguían en lo uno, diéranle fe en lo otro. De suerte que, según la sentencia de Josefo, esta muralla y terrapleno era dos veces más alta que el cimborio de esta casa hasta la cruz; él lo llama casi increíble; yo cosa increíble: en poco diferenciamos. Y aunque Josefo es historiador ten grave, tiene muy fuertes engaños, y en la descripción del templo y en todos los de Antiquitate, gravísimos y no pocos encuentros con la Santa Escritura, y es menester leerle con mucho juicio. Y aunque Josefo es historiador tan grave, tiene muy fuertes engaños, y en la descripción del templo y en todos los de Antiquitate, gravísimos y no pocos encuentros con la Santa Escritura, y es menester leerle con mucho juicio.

Déjalo, pues, aparte esta fábrica del templo de Ezequiel, tan fuera de lo que alcanza el brazo y juicio humano, torno a mi presupuesto y digo que el templo de Salomón no fue tanto, o no fue más edificio que el de esta casa, si miramos a los lugares propios de la Escritura hace historia de él ç, porque no dice más del templo y dos atrios. Y por cumplir con el deseo y gusto de muchos de entender lo que fue aquel templo, lo trataré con la mayor claridad que se pudiere colegir de la Santa Escritura, mirando no solo lo que suena nuestra traslación Vulgata, que dejado aparte, ninguna mejor, es la auténtica, sino también la fuerza del original hebreo, que es el más fino comentario.

En el primer libro del Paralipómenon (porque lo tomamos de su principio), capítulo 28, se dice que le dio David a Salomón, su hijo, las trazas y los originales que le había dado Dios a él, así del templo y del santuario como de los atrios y pórticos, cenáculos, cámaras, salas y aposentos; las divisiones y apartados para los tesoros y riquezas del santuario y de los atrios. Esto es lo primero y lo que de necesidad ha de preceder a todo lo demás, que es la traza y la forma del fin que se pretende, y conforme ella se han de buscar los medios.

Luego se sigue la suficiencia y el caudal con que se ha de ejecutar, y así luego, en el capítulo 29 y aun en el 22 del mismo libro, pone en oro, plata, metal, hierro, madera y piedras preciosas y de varios colores que le dio a Salomón, su hijo; hasta las telas y seda para los vestidos y ornatos de los sacerdotes y ministros; lo cual todo había allegado el santo Rey de sus rentas y de los despojos de las guerras y victorias que había tenido y de los que el pueblo y principales de él ofrecieron de su voluntad, movidos de su ejemplo, que fue una suma espantosa, como se ve en el capítulo 22 alegado: de oro, cien mil talentos, y de plata, un millón de talentos; porque no se haga increíble, pondré las palabras formales; Ecce ego in paupertate mea proeparavi impemsas domus domini, auri talenta centum millia, & argento mille millia talentorum: oeris vero, & ferri nin est pondus.

Y luego, en el 29 del mismo libro, dice para que dorase las paredes le dio otros tre mil talentos de oro y siete mil de plata. Y los principales de la república dieron cinco mil talentos de oro y diez mil de sueldos, o medios reales de oro, y diez mil talentos de plata ruda, que quiere decir no usada, sino en barras o rieles; de metal, cobre y estaño, dieciocho mil talentos y cien mil talentos de hierro. Falta, para que entendamos qué cantidad y suma es esta y cómo responde a nuestra moneda, ver qué cosa son estos talentos, que en la lengua hebrea se llaman chinchar, porque hay en esto mucha variedad y pareceres y buscan la verdad donde no está ni pueden hallarla. El chinchar, que en griego y latín se llama talentum, era una manera de peso, llana, sin figura ni señal, ni sello, como si dijésemos una torta de cera, y pesaba dieciocho mil siclos, y el siclo (como dije arriba haciendo memoria del que aquí tenemos del tiempo de Salomón, allí cerca) es media onza y como un real de a cuatro nuestro. Por este siclo se gobernó siempre aquel pueblo en todo lo que compraba y vendía (a lo menos entretando que no estaba dividido en Reyes de Judá y de Israel, que fue en tiempo de Roboán, hijo de Salomón). De suerte que si era cosa contada y numerada moneda, de cualquier metal que fuese, se reducía a este siclo de plata o a sus partes, medio siclo o cuarta de siclo. Y si era cosa de peso, también se reducía al peso del siclo, que es media onza, o multiplicándola o partiéndola; de suerte que si decían: «Ésta vale diez siclos y medio», es como si dijéramos: «Vale cuarenta y dos reales»; y si decían: «Pesa diez siclos», era como decir: «Pesa diez onzas», y si era la regla de todo cuanto numeraba y pesaba, fuese de la materia que quisiesen, que a este siclo se reducía, y su peso o su valor se entendía, y no había siclo de oro, ni de estaño, ni de otro metal, como algunos imaginan, sino solo este de plata que sirviese de regla, y seguirse hían grandes inconvenientes en la Sagrada Escritura si se admitiesen, que no me quiero detener a probarlo; los doctos que quisieren verlo, lean al doctísimo Arias Montano es su volumen del siclo, en el aparato sacro, de donde tomamos todo cuanto aquí vamos diciendo, porque es evidencia.

Según estos presupuestos, diremos que siendo el siclo lo que son cuatro reales nuestros, peso de media onza, y pesando un talento, séase del metal que quisieren, dieciocho mil siclos, que son novecientas onzas, pesa cada talento cincuenta y seis libras de a dieciséis onzas y cuatro onzas más, que son dos arrobas y seis libras y cuatro onzas. Y aquí también se advierta que de ordinario dos cantidades o tamaños, una plata y otra de oro, el de oro pesa dos tantos que el de plata, como, si se vaciasen dos bodoques o bolas, el de oro valdrá diez, tanto que le de plata; si el de plata vale diez, el de oro ciento.

ORO

De donde se saca claramente que los ciento ocho mil talentos de oro que ofreció David y los Príncipes del pueblo pesan doscientas cuarenta y tres mil veinticinco arrobas, y en escudos de a diez reales valen setecientos sesenta y siete millones seiscientos ochenta mil escudos.

PLATA

Y los millares de talentos y más diecisiete mil talentos de plata de los principales, pesan, en arrobas de veinticinco libras, dos millones doscientas ochenta y ocho mil veinticinco arrobas, y en escudos de a diez reales son setentacientos treinta y dos millones seiscientos mil escudos. Por manera que todo el valor de plata y oro que se gastó en el templo monta un millón de millones y quinientos diez millones de escudos de a diez reales. Cosa inaudita y que sola la fe de la Santa Escritura puede cautivar el entendimiento.

Visto hemos lo que toca a la traza y al caudal; siguese el número de la gente, maestros, sobrantes, oficiales, peones, que confirma bien la suma pasada, y no es de menor admiración que lo pasado.

Colígese claro de la Escritura que fueron ciento sesenta y tres mil seiscientos los que andaban en ella, que para edificar una gran ciudad parecen muchos, cuanto más para un templo. De los prosélitos o advenedizos a Israel, que eran gentiles y se habían convertido a la religión israelita, contó ochenta mil; para labrar y cortar la madera y la piedra en el monte Líbano, mármoles y cedros, otros setenta mil, que llevaban estos materiales al lugar donde era menester, y tres mil seiscientos que servían de sobrestantes, para que todo esto fuese con mucho orden e hiciesen que la gente trabajase. Sin estos sacó Salomón otros treinta mil de los hijos de Israel, que trabajaban en compañía de los de Tiro, que envió el Rey Hyram. Estos trabajaban alternativamente: diez mil estaban un mes, y luego se venían a su casa e iban otros diez mil y estaban otro mes, y luego se volvían. De esta suerte lo continuaban por su turno, y así vienen a sumar todos los que continuamente trabajaban ciento sesenta y tres mil, sin los que el Rey Hyram envió de Tiro. Véase el capítulo quinto del tercero de los Reyes[3 Reg., 5] y el segundo capítulo del libro segundo del Paralipómenon[2 Paral., 2], donde está claro este número. Entre los que envió el Rey Hyram se hace mucha memoria de un maestro llamado también Hyram hijo de madre israelita y de padre gentil, diestrísimo en muchas artes, como otro Beselehel.

Vista la traza, el lugar, el caudal y la gente, no falta más de la labor y la obra. Ésta se divide en dos partes: en lo que propiamente era templo, cerrado y cubierto, y en lo que era atrios y patios al cielo abiertos, y así lo distingue Josefo, llamando a esto postrero phanum y a lo primero templum. Esto podemos llamar como el aposento y palacio real; lo demás como las oficinas, aposentos de los criados y ministros. El aposento y casa real se divide en tres partes: en pórtico o vestíbulo, antecámara y cámara. El vestíbulo se llama, en su lengua original, holam; la antecámara, heical, y la cámara y aposento retirado y secreto, debir. Las medidas y todo esto era en largo, de Oriente a Poniente, sesenta codos; diez el vestíbulo; el palacio o antecámara, cuarenta, y el último, que llamamos la cámara real veinte. El ancho, por igual en todas, veinte. El alto era diferente, porque el vestíbulo o el holam tenía ciento veinte codos, que era como torre. El heical y el debir, treinta. En lo que tocaba a la fábrica por defuera, de suerte que toda esta parte principal, desde el vestíbulo hasta las espaldas del palacio, no tenía más de ciento cinco pies de vara, y así no era tanta fábrica, mirando a la piedra, como una de las naves pequeñas de la iglesia, ni tan larga ni tan ancha como la sacristía, porque los codos con que está medida el templo de Salomón, y el tabernáculo de Moiséis, y el arca de Noé, y todas cuantas medidas de fábrica hay en la Santa Escritura, no tienen más de pie y medio de nuestras varas castellanas, que son de a seis palmos, y cada palmo, de a cuatro dedos, y cada dedo, seis granos de cebada ladilla, que de otra manera se seguirán infinitos inconvenientes y monstruosidades en la historia santa. Otro codo que se halla es el propio de cada un hombre, y éste, como es tan variable no se toma por regla de ninguna cosa, sino del mismo hombre.

Toda esta fábrica, que no tiene más de lo que hemos dicho, era de piedras grandes y excelentes mármoles, con gran cuidado labradas y juntadas, sentadas sobre muy hondos y firmes cimientos hechos de la misma piedra. El ancho de las paredes no se dice; mas dicho se está que sería conforme al arte. Él orden y forma de dentro, en todo, esto está dicho con gran cuidado en el texto santo. Cuanto a lo primero, en las dos partes principales, cámara y antecámara, que se llama, en la Escritura Sagrada, Sancta Sanctorum, no se veía ninguna pared ni piedra, ni por el suelo ni por los lados, ni techo, dentro ni fuera, porque todo estaba cubierto de tablas de cedro hasta los veinte codos en alto, que son treinta pies, y allí, por adentro, se hacía un techo de madera de cedro artesonado, y de allí arriba los otros diez codos eran como desván oscuro, y estaban las paredes descubiertas. Y el techo último o tejado, que lo cubría todo, era también de vigas y tablas de cedro. La antecámara y cámara, que es el heical y el debir se dividían hasta el artesonado con una pared hecha de tablas de cedro, y así quedó el debir o Sancta sanctorum cuadrado de todas partes, en ancho, largo y alto y ancho, como el debir. En el remate de las paredes de estas dos cada lado. El heical o Sancta quedó de cuarenta codos en largo, y el alto y ancho, como el debir. En el remate de las paredes de estas dos piezas y junto al techo se hacía una como corona o cornija del mismo cedro, muy hermosa, de unas como ondas enlazadas y revueltas, y en el friso que quedaba entre las bajas, que era como el arquitrabe entre las altas, que era como la cornija, estaban unas frutas o pomas, que eran como nuestras berenjenas, que se llaman pomum amatorium, y algunas veces la traslación vulgata las llama mandrágoras.

Debajo de este cornijamento o remate estaban las ventanas y entre ellas y por todas las paredes alrededor, en dos órdenes bajos y altos, estaban esculpidos unos querubines con las alas tendidas, y entre querubín y querubín, una palma o una oliva, y por el campo y espacio, unas flores, como balaustres de granados, aún no acabadas de abrir. Todo esto estaba entallado en las tablas de cedro con mucho relieve, y encima todo cubierto con láminas de oro, y clavadas con clavos de oro, techo, paredes, suelo, y con tanta maestría asentado y cubierto, que no se perdía un punto de la labor ni de su perfección, querubines, olivas, palmas, frutas, flores, de suerte que todo estaba hecho un puro oro y con un resplandor y lustre tan grande que deslumbraba la vista.

La puerta de la pared que dividía el Sancta del Sancta sanctorum estaba en medio; tenía cuatro cúbitos de ancho y ocho de alto; proporción dupla, doce y seis pies. Tenían las puertas las mismas labores y cubiertas con láminas de oro. Y otra puerta, que era la principal para todo esto, por donde se entraba del vestíbulo o zaguán al Sancta, era también de madera de olivo o de las maderas oleaginosas, de cinco codos de ancho y diez de alto, con las mismas labores, ondas, querubines y palmas, aunque de estas no dice el texto santo que estaban cubiertas de oro.

De dentro de estas tres partes estaba lo siguiente: en el holam o vestíbulo estaban aquellas dos tan famosas columnas de metal que hizo Hyram Tyro, de dieciocho codos en alto cada una y de ruedo seis codos, que responde el diámetro a tres cúbitos, y así parecen de orden jónico aunque el capitel era diferentísimo y con grande adorno, que tarda mucho la Escritura en pintarlos en dos lugares(3 Reg., 16. 2 Paral., 3). A la que estaba a la diestra del templo llamó iachim, y a la otra, bohaz; no es lugar de detenernos a explicar tantos misterios como aquí se encierran. En el Sancta o heical estaba, lo primero, el altar del incienso y la mesa de los panes de la proposición, que se llamaban de las faces, y diez candeleros como el que hizo Moisés en el tabernáculo, cinco a cada lado, todo esto de oro, altar, mesas, candeleros, incensarios, navetas, cántaros, bacías, platos, tenazas y despabiladeras y otros instrumentos, todos de finísimo oro.

Dentro del Sancta sanctorum o debir estaba, lo primero, un velo delante de las puertas, preso con unas cadenillas de oro; luego estaban aquellos dos querubines, cada uno de diez codos en alto, las figuras y rostros hacia la puerta; eran de madera de olivo u oleaginosa, cubiertos de planchas de oro; de la punta de un ala hasta la otra tenía cada uno diez codos, y así tocaba la punta del ala del uno la una pared y la del otro la otra, pues el ancho era veinte codos.

Luego estaba un altar cubierto de oro, y encima de él, debajo de las alas de otros dos querubines que se miraban, estaba el arca del Testamento y pacto del Señor, porque estaban dentro aquellas dos tablas que Dios con su dedo había escrito y dádoselas a Moisés y mandádole que las pusiese allí dentro. De suerte que las alas tendidas de los dos querubines eran el asiento de la silla, y la tabla que cubría el arca, como el escañuelo o banquillo de los pies. De donde se ve que todo era una inmensa riqueza de oro la que aquí en estas dos partes, Sancta y Sancta sanctorum, heical y debir, estaba; y porque se vea algo de su valor, advierte el Texto que el oro con que estaban cubiertas las paredes del oráculo o Sancta sanctorum eran seiscientos taIentos; pues véase eI que entraría en suelos, vasos e instrumentos de todo aquello; riqueza nunca vista en el mundo, y así lo pedía lo que era figura o parábola, como dice San Pablo, de los tiempos futuros.

Por la parte exterior estaba este templo rodeado de unos aposentos hechos de maderas preciosas, cedros y lárices, de suerte que ni se podía ver ni llegar a las paredes por ninguna parte. Por la oriental estaba el vestíbulo o torre, que tenía cuatro puertas; en cada lado la suya; por las otras tres, Poniente, Norte y Mediodía, estaban estos aposentos, y tenían tres altos o suelos que hacían como tres galerías, con sus ventanas, unas sobre otras que parecía muy bien, y no pasaba el alto de ellos de los quince codos porque no quitasen la luz de las ventanas del templo, que estaban de los quince a los veinte.

Basta haber dicho así lo que toca a la fábrica y riqueza de esta primera y principal parte, que es el templo, y creo se habrá entendido fácilmente. En el pecho me están bullendo mil secretos que en cada cosa de estas encierran, escondidos entonces (y mucho más ahora) a aquel pueblo ingrato, duro, pérfido, y por nuestros pecados también a los que habíamos de gozarlos y no reparar en la corteza de la letra, ni en la apariencia de la historia, en que los que se quieren mostrar muy agudos se desvelan y ponen todo su cuidado, y en lo que dicen y en lo mismo que reprehenden a otros se les ve cuán en ayunas y cuán lejos están de alcanzar el misterio. De esto será el Señor servido trataremos de propósito algún día.

Resta veamos lo que toca al mayor cuerpo de la arquitectura, que son los atrios. El primero y principal se llamaba (como ya dije) atrio interior de los sacerdotes y levitas, patio abierto al cielo como nuestros claustros. El otro se llamaba atrio segundo, exterior, grande y de Israel. De entrambos hace harto brevemente la Santa Escritura relación en tres lugares: en el 3.0 de los Reyes, capítulos 6 y 7, y el 2.º del Paralipómenon, capítulo 4.º, y toda la Santa Escritura donde se trata del templo; no hay más, atrios que estos. No pone sus medidas, su forma ni traza; sólo hay memoria del orden de las piedras, diciendo que tenía tres órdenes de ellas, unas de ocho codos y otras de a diez.

Los que han leído a los maestros antiguos de aquella Iglesia antigua, visto originalmente sus historias, sus tradiciones y decretos, dicen que el atrio interior que rodeaba el templo y era donde sólo entraban sacerdotes y levitas, tenía de largo, de Oriente a Poniente, ciento cincuenta codos, que son doscientos veinticinco pies, y lo mismo tenía de ancho por la parte occidental que era a las espaldas del templo; por la oriental erá lo más ancho trece codos, y así re'presentaba figura de león, que es más ancho en el pecho que en el anca, de donde vino que algunos profetas le llamaron ariel, que es decir lo mismo que león fuerte o león de Dios. Aunque, si bien se mira, ni Isaías(Esai., 29) ni Ezequiel (Ezech., 43), que son los dos Profetas que usan de este nombre, hablan del templo, sino el primero de la ciudad de David, por ser fortísima y defendida de David y de Dios, y el segundo habla del altar de los sacrificios, porque, como león, consumía tanta multitud de animales en el fuego que vino del cielo, con que se hacían los sacrificios.

Este es el un atrio, y los tres órdenes de piedras que dice el Texto que tenía, lo interpretan de muchas maneras; parece que con esta descripción tan breve quiere decir que tenía tres altos y órdenes de cantería, donde era forzoso hubiese muchas cuadras y aposentos para el servicio del templo y de sus ministros; eran muchos, y es evidencia que Salomón siguió en todo la traza que le dejó su padre, pues se lo encargó tanto, diciéndole que le habían venido de mano de Dios, y en ella se hace, como vimos, mención de estos atrios y de los demás, como de las divisiones y apartados para los sacerdotes y levitas, para los vasos, alhajas y tesoros del templo; y así, aunque no se declaren, se han de entender de fuerza. Y en muchos lugares de la Escritura se halla memoria de ellos, que sería negocio largo referirlos. De donde consta que este atrio es un grande y excelente edificio, mucho mayor que el claustro principal de este convento. Dentro de este atrio estaba aquel gran altar de los sacrificios, asentado delante del vestíbulo del templo; tenía por cada lado de cuadro veinte codos o treinta pies, y de alto quince pies.(3 Reg., 7. 2 Paral., 4) Este era todo de metal, con unas gradas alrededor y otros adornos y menesteres. Estaba también aquel mar o pila grande, que también era de metal, vaciado con grande artificio por el artífice Hiram, cuyas eran todas estas obras; tenía de diámetro diez codos, de hondo cinco, y en contorno treinta; de donde se ve que no era redondo, sino ovado y en forma de cáliz, que por la parte baja disminuye. Píntale la Escritura con muchas labores y primores; dice que estaba sentado sobre doce toros vaciados del mismo metal, que de tres en tres miraban con las frentes a los cuatro vientos.

Allende de esta gran pila o baño, había otras diez, levantadas sobre unos pedestales o basas hermosísimas y de preciosa labor, cinco de cada parte, vaciadas también del mismo metal, y de que hace tanto caso la Escritura Santa, que en el 3.º de los Reyes (2 Paral., 4) gasta gran parte de un capítulo en pintarlas. Y luego añade allí el mismo texto que hizo Hyram tanta infinidad de vasos e instrumentos para lo que era menester en el templo, que no se podían contar; con este encarecimiento: que no tenían número ni se podía saber su peso, y lo repite dos o tres veces.

Tenía este atrio cuatro puertas, que respondían a las cuatro cuartas o vientos. La principal era la que miraba a Oriente, que tuvo muchos nombres por su excelencia; cerrábanse y abríanse con unas grandes puertas de metal, y en ellas se hacían sus zaguanes y pórticos. Había también dos pozos, que los llenaban de agua traída de otra parte; no se dice que los hiciese Salomón, mas hase de entender, porque un Rey tan sabio y que obraba con trazas divinas no dejaría ninguna cosa imperfecta para lo que tocaba al culto y menesteres de tantos sacrificios.

Hácese también memoria de un desaguadero grande y muy hondo que iba a parar por debajo de tierra allá a un arroyo; fábrica costosa y de importancia para tanta sangre y agua como allí se vertía, pues en siete días que duró la dedicación del templo (porque lo digamos de camino) se sacrificaron en este atrio veintidós mil reses vacunas y ciento veinte mil carneros (2 Paral., 7) que si murieran en toda España la pusieran en necesidad.

Fuera de este atrio edificó otro Salomón, aunque no se pone tan especificado y claro como el pasado, aunque se colige con certeza este se llamó el atrio de Israel y atrio exterior, donde entraba tanta multitud de gentes tres veces, por lo menos, en el año, de hombres y mujeres, como bullían y se multiplicaban en aquel pueblo; era forzoso fuese muy grande, aunque la Escritura no nos dice (3 Reg., 7, vers. 10, 12. 2 Paral., 4, vers. 9) sus medidas ni en los lugares en que hace memoria de él dice que tuviese apartados, ni piezas, ni cenáculos o exedras, y es también forzoso que las tuviese para defenderle del calor y de las lluvias cuando no hubiera otra necesidad.

Aunque era común este atrio o patio para hombres y mujeres israelitas, siempre se entiende que tuvo alguna división para -unos y otros por la decencia; mas después, por alguna ocasión o por la multitud y frecuencia, esta división y apartado fue más notable, y aunque estaba todo dentro, como si dijésemos de unas paredes y cuadro, pareció que se había hecho otro atrio de nuevo, y así se llama nuevo en el Texto santo (2 Paral., 20) donde se refiere que el Rey Josafat se puso a orar en medio del pueblo, delante del atrio nuevo.

La parte del atrio que cupo a los varones estaba más junto al atrio de los sacerdotes, y lindaba con él por la parte oriental; y así el atrio interior no tenía por allí pared alta, sino un antepecho porque pudiesen ver los sacrificios que se hacían. En este estaba hecha una silla alta, como trono real, de piedra, donde se sentaban los Reyes, porque ninguno se podía sentar en el templo sino el Rey y el Sumo Sacerdote, y desde aquel asiento miraba al pueblo y le hablaba cuando era menester.

En este atrio exterior o grande hizo Salomón un pórtico o zaguán grande, después de haber edificado su casa y palacio, como parece en el 3.º de los Reyes. Esto es lo que podemos afirmar y de lo que hay clara noticia que edificó Salomón; lo demás que en la Santa Escritura se dice de este templo fueron añadiendo los Reyes, sus sucesores, o los Sumos Sacerdotes, con las ofrendas que para esto hacía el pueblo, que eran larguísimas.

Concluye el texto santo (3 Reg.) que en acabando de edificar el templo y estos dos atrios con todo lo que para el adorno y servicio de él fue menester (tardó siete años, desde el cuarto de su reinado hasta el once), pasó con gran solemnidad el arca del Testamento al Sancta sanctorum. Y no podemos decir que esta fábrica de Salomón fuese más, pues la Santa Escritura no lo dice, ni tenemos licencia de fingir, ni imaginar, ni añadir, ni quitar, porque no nos alcance la maldición del Apocalipsis (Apocal., vls), que no es solo para aquel libro particular, sino para todo este libro que escribía Dios y se llamaba Escritura Santa. Donde infiero lo que al principio propuse mostrar: que en lo que toca a las paredes, claustros, patios, templo y lo que es fábrica de piedra que vemos en toda esta casa de San Lorenzo, es mayor que aquel templo de Salomón, y de lo que se escribe edificó continuadamente hasta pasar el arca, aunque mucho menor que aquella que pintan de Ezequiel, la cual torno a afirmar que ni la fabricaron manos de hombres ni la vieron jamás ojos de carne. Mas si comparamos esta casa en la riqueza y adornos y valor de aquella, no solo no tiene comparación ni es encarecimiento decir que es trescientas veces más que esta, antes creo que más, si se hace bien la cuenta de los millones que se gastaron allí en siete años, a los que se han gastado aquí en treinta y ocho.

Y refiere la Escritura (Reg., 7. 2 Paral., 5) que Salomón puso y santificó en el templo todo el oro, plata, piedras, metales, vasos y todo cuanto le dejó el Rey David, su padre. De donde colegimos dos cosas, que son el intento principal de este discurso. Lo primero, que no es imposible ni dificultoso de entender cómo en tan pequeña fábrica como aquella se pudo gastar tan inmensa suma de oro y plata y metales; y lo otro, cómo en esta que parece, por lo dicho, no menor sino igual y aun mayor, se ha gastado tan poco. La respuesta de lo primero se puede resolver de lo dicho en tres partidas. La primera y mayor es la gran suma de talentos de oro que se gastaron en el Sancta y Sancta sanctorum, heical y debir. En las paredes, techos, suelos, puertas, altares, mesas, querubines, candeleros y otros instrumentos en grande número, que todo era de oro en planchas, y clavadas con clavos de oro, tantas labores, esculturas y relieves, de suerte que parecen pocos los cien mil ocho talentos de oro. La segunda partida es la fábrica del templo, vestíbulo, torre, atrios, exedras y salas y cenáculos, todo de mármol, con gran pulimento y labor tratados desde los cimientos hasta la cumbre; tantos cedros y maderas preciosas, en que se gastaron muchos talentos de plata. La tercera partida es el salario y jornales de ciento sesenta y seis mil seiscientos hombres y la comida de estos y de otros muchos de los vasallos del Rey de Tyro Hiram, que no se pone el número; mas para solo ellos dice la Escritura (2 Reg., 5) daba Salomón cada un año veinte mil choros de trigo y otros tantos de cebada, y veinte choros de purísimo aceite. La medida de un choro responde a más de noventa celemines, que eran poco menos doce fanegas, porque la medida menor e indivisible a que se reduce esta es a un huevo ordinario de gallina, y quien quisiere ver cómo se reduce esto y qué suma hacen estos choros, lea al autor que he alegado para estas medidas de la Escritura Santa. (B. A. Montan, lib. de mans. sacr.) Pues para mantener siete años continuos tanta multitud de gente y para pagarles sus jornales y salarios, ¿qué talentos de plata serán menester? Y si alguno preguntare (porque se ofrece luego la duda): «¿Para qué tanta gente para tan pequeña obra?» (pues, como dije, pudieran hacer en otro tanto tiempo una gran ciudad), la escritura da la razón y la respuesta: porque se traía toda la piedra y toda la madera a hombros y brazos de hombres, y en aquel figurativo templo no quiso Dios se entremetiese animal ninguno, ni buey, ni vaca, ni camello, ni otro jumento, porque templo tan lleno de los misterios divinos, de los que ahora gozamos, no le habían de ayudar a fabricar animales, que no sienten lo que es el espíritu del Señor, ni ahora tampoco.

Aquellos piedras, maderas y multitud sin número de vasos e instrumentos sacros se labraron primero en el monte Líbano, en sus canteras y en sus selvas, y en las riberas del Jordán, donde se halló buena tierra para hacer las fundiciones Hiram, y todo con tanto primor, tan ajustado, tan liso, bruñido, limado, pulido y reparado, que no fue menester, al tiempo de asentarlo y poner cada pieza en su lugar, ningún género de golpe de martillo, ni de otra herramienta, ni hacer ruido, que lo ponderó mucho la Escritura , no tanto por la historia cuanto por el misterio, y así fue menester lo trajesen todo después de labrado, no solo en hombros, mas en palmas, y como si fueran ángeles los que lo llevaban y asentaban, y así es ello ahora, con condición que nos dejemos labrar primero. ¡Qué de piezas se quebrarían al tiempo de arrancarlas de aquellas canteras y cuando se labraban, y se quedarían perdidas y deshechadas en aquel desierto, y que hay de esto ahora por nuestros pecados! No tratemos de esto; quédense estas lástimas para otro lugar. De suerte que estando tan lejos que desde el Líbano se llevaban a embarcar, y venían desde Tiro hasta Ascalón o Iope por el agua, y, tornándolas a desembarcar otra vez, las llevaban de allí a Jerusalén por montes y cerros y valles fragosos, mucha infinidad de gente era menester Y más de la que pudiéramos imaginar, si no nos lo dijera la Santa Escritura. De aquí se ve ya lo postrero de mi intento y mi promesa: declarar cómo esta fábrica ha costado tan poco o tan nada en respecto de aquella, no siendo menos que ella. Lo primero podemos afirmar, muy seguros, que solas las tijeras de despabilar de aquellos candeleros valían, sin comparación ninguna, más que todo el oro y plata que hay en esta casa, porque, dejado aparte que eran todas de oro, eran en gran número las tinajas y despabiladeras de oro que para tantos candeleros como había eran menester. Miren qué buena comparación es esta para lo que resta de tantas piezas y tan grandes de puro oro como había, y aquí no se han gastado cuatro blancas de oro: un cáliz, una custodia, dos portapaces y no sé qué otras menudencias.

La piedra y la madera están aquí a un paso: la más lejos, a tres cuartos de legua; la ordinaria a media, y a menos los pinares. El del Quejigal, que ha dado de cuatro partes las tres de la madera, está a cuatro leguas o a cinco; con cuatro labradores gobernaban ocho y doce pares de bueyes; traían una piedra que no era posible menearla cincuenta hombres, ni traerla ciento; hacían estos caminos y -medio cada día; lo que aquí se traía con seis reales no se traía allí con cien escudos, y piedras muchas se trajeron aquí tan grandes, que con ninguna fuerza de hombros y hombres se pudieran traer. Los bueyes con que aquí se hacía todo esto costaban de balde, y su labor, que era de infinito precio si lo hicieran hombres, salía por nonada, que el buey que se compraba por veinte ducados, después de haber servido en estos menesteres, si se mancaba o volvía inútil, se vendía en la carnicería por poco menos; de suerte que lo más dificultoso se hacía casi de balde.

Tras esto, los ingenios y las máquinas de que aquí se usaba pata subir y llevar a sus puestos estas piezas, piedras y vigas tan desmesuradas, fueron de gran ahorro, y no sabemos que acullá los hubiese; la Escritura no lo dice, ni parece admite aquella quietud y sosiego que tanto pondera la Escritura y el no oírse golpe: las grúas, capillas, agujas, poleas, troclas, tornos y garruchas que aquí se usaron, donde era menester tantos y tan continuo grito y golpes. Y aunque aquella gente, por ser gobernada por la sabiduría e industria de Salomón, andaría bien concertada, con todo eso se fiaba de los sobrestantes, que eran tres mil, y mucho tiempo holgarían, y muchas veces se embarazarían unos con otros, como se ve en las juntas que se hacen para llevar o traer o mover algo: lo más del tiempo se va en voces y en concertarlos.

Aquí, con el largo discurso del tiempo, se miraba todo atentamente, y ninguna había ociosa; todos trabajaban por su cuenta, y si holgaban, era a su costa; así se hacía mucho, no se perdía blanca y todo se aprovechaba. Aquella se hizo en siete años; esta, en treinta y ocho, que poco menos, si se multiplica y reduce la gente que aquí se ocupaba en todas las partes, y se igualan y proporcionan unas con otras, y ponen el suplemento y ventaja de bueyes a hombres, y las distancias, hallarán los que lo miraren con prudencia que no se llevan mucho las fábricas y que todo se reduce a la riqueza del oro y al modo de proceder en la fábrica.

Valgan estas razones lo que valieren, yo he dicho lo que me parece, con harta brevedad, y requería un discurso muy largo; cada uno sienta como quiere. Solo estamos obligados a rendir el entendimiento y juicio a lo que nos enseñan las divinas letras y el común sentir de sus doctores santos, y yo, fuera de esto, aun me sujeto a todos cuantos en esto mejor sintíeren. Aborrezco mucho casarse el hombre con su propio parecer.


Fray José de Sigüenza (1544-1606): Historia de la Orden de San Jerónimo, libro cuarto: Descripción y relación cumplida de todas las partes de la fábrica, Madrid, 1605; ed. completada con el manuscrito original y con la ed. moderna La fundación del Monasterio de El Escorial, Aguilar, Madrid, 1963.


Nota: se señala en cursiva la parte que no se transcribió del manuscrito en la edición de 1605 y entre corchetes lo que se añadió en dicha edición. La parte tachada o subrayada (según el navegador usado) es la que aparece tachada en el manuscrito. Dada mi lentitud en la transcripción del manuscrito y de la edición del s. XVII, debo agradecer la ayuda en la transcripción de la edición moderna a Marián, sin la que este proyecto no hubiera podido completarse jamás. Prohibida la reproducción total o parcial del texto sin citar al autor.