En el municipio madrileño de San Lorenzo de El Escorial se levanta uno de los más extraordinarios conjuntos monásticos del mundo: el Real Monasterio-Palacio de San Lorenzo de El Escorial. Una de las más colosales empresas arquitectónicas de todos los tiempos, que desde su terminación fue comparada con el grandioso Templo de Jerusalén y considerado el edificio más grande de su tiempo: la «Octava Maravilla del mundo». Como dijo el ilustre literato Miguel de Unamuno después de su primera visita al Monasterio, "es un lugar que no debería haber español alguno españolizante -esto es, dotado de conciencia histórica de su españolidad- que no lo visitase alguna vez en la vida, como los piadosos musulmanes La Meca".
Según la Escritura de Fundación y Dotación del edificio, redactada por el propio Felipe II el 22 de abril de 1567, el motivo desencadenante fue la victoria sobre las tropas francesas en San Quintín el 10 de agosto de 1557, pero una inversión tan grande en tiempo, dinero y medios materiales tuvo que exigir a la fuerza otros móviles que justificaran la empresa.
Este impresionante monumento fue el sueño de juventud de Felipe II. El rey, siguiendo el testamento de su padre, quiso construir un recinto que fuera a la vez templo, panteón, biblioteca, centro de estudio, lugar de refugio y meditación y que además perpetuase la gloria de la Monarquía Hispánica y la grandeza de la Casa de Austria. El edificio se destinó también a otras funciones: iglesia con panteón dinástico, con un monasterio de monjes de la orden de San Jerónimo para que los frailes orasen sin interrupción por la salvación de la familia real; como palacio que alojase al rey y a su séquito; y como colegio y seminario. Pronto se le adhirieron fuertes significados contrarreformistas, ya que las obras comenzaron pocos meses antes de la sesión de cierre del Concilio de Trento.
¿Qué papel jugó el Templo de Salomón en la «génesis» de El Escorial? No parece que reconstruir el Templo fuera el principal objetivo de Felipe II. En ese caso seguramente hubiera aparecido en la Escritura Fundacional. Y sin embargo, las continuas referencias al Templo desde mucho antes de comenzar las obras hasta los mismos funerales de Felipe II señalan su indudable importancia. Tras estudiar todos los datos disponibles, parece claro que Felipe II no quiso construir El Escorial como "su nuevo Templo de Salomón", sino que el prototipo bíblico se usó como modelo sólo para las primeras ideas. Las coincidencias en su arquitectura y medida así lo señalan. La práctica ausencia de documentación escrita sobre ello puede deberse al antisemitismo que existía en España entonces. Incluso las inscripciones de las estatuas de Salomón y David en la portada de la basílica escurialense redactadas por el hebraísta Arias Montano se "perdieron" de forma muy extraña en vida de Felipe II, como señalaba en sus escritos el Padre Sigüenza, y debieron hacerse nuevas un siglo después.
La advocación a San Lorenzo ha quedado ligada para la posteridad con la conmemoraración de la victoria en la batalla de San Quintín, pequeña ciudad entre París y Flandes. Pese a haberse convertido en un lugar común, autores modernos creen que dicha batalla fue de consecuencias más bien modestas dentro del teatro europeo del siglo XVI y, desde luego, que no modificó en nada dicho escenario. Por otra parte, el día 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, sólo fracasó el ataque francés sobre el cerco. La ciudad tardó aún dos semanas en caer, concretamente hasta el día 29 de agosto. El día 10 el rey estaba aún de camino desde Inglaterra a través de Flandes, no llegando al sitio hasta el día 15. Vista desde el lado francés, la batalla fue tan sólo una gesta heroica de resistencia de un pueblo sitiado ante un ejército superior. Pese a ello, no debe desdeñarse el hecho de que fue el primer gran triunfo bélico del reinado de Felipe II frente a Enrique II de Francia, y lo que ello tenía de afrenta a los franceses.
"Hijo: A vuestra carta del XI de agosto que trata del rompimiento de los franceses y lo que os pesó de no haueros hallado en ello, que truxo el correo que con esta nueua mandaste despachar, respondí con el mismo, como habréys visto o veréys por la duplicada que va con ésta. Y después he recibido la del XXVIII del mismo por la qual entendí la toma de San Quintín [...]" (Carlos V al príncipe Felipe, Yuste, 15.11.1557. M. Fernández Álvarez, Corpus documental de Carlos V, doc. DCCLXXX, p. 363).
|
El Concilio de Trento, cuya última sesión se celebró en 1563, el mismo año del comienzo de las obras, sancionó este modo de mediación de los santos ante Dios del que Felipe era ferviente creyente y que culminaría en la recepción a lo largo de la construcción del Monasterio de miles de reliquias. Más dudoso es el parecido que tiene el edificio con la parrilla de San Lorenzo, que debe atribuirse más bien a una feliz casualidad encontrada por Juan de Herrera al eliminar seis de las torres interiores y unificar la fachada principal, situando la biblioteca entre los dos cuerpos que flanqueaban la entrada a la basílica en el proyecto original.
Decidido a fundar el Real Monasterio, en el año 1558 Felipe II designó a una comisión para que llevase a cabo la busqueda de un lugar para su emplazamiento. El lugar fue escogido por el mismo monarca en las estribaciones de la Sierra de Guadarrama -el centro geográfico de la Península Ibérica-, a 1.000 metros de altura. Le ayudaban en esta elección una junta de arquitectos, médicos y canteros, y al fin, ellos fueron los que se inclinaron en favor de un cierto recodo de la sierra, a media distancia entre Guisando y el Real de Manzanares. A los pies del Monte Abantos, en la ladera Sur de la Sierra de Guadarrama, se encontró una explanada ideal, cercana a la corte de Madrid, con abundante agua, leña y caza y, sobre todo, con gran riqueza de madera, granito, cal y arena, elementos necesarios para la construcción del edificio.
La elección del lugar en 1561, descartando ciudades más consolidadas como Toledo, Valladolid o Granada, ha sido una de las mayores incógnitas que rodean a El Escorial. Los contemporáneos, como el padre Sigüenza, lo justificaron siempre con el argumento geométrico de la oportunidad de su centro: "es como el medio y el centro de España, donde con más comodidad pueden acudir de todas partes los negociantes de sus Reinos y proveer desde allí a todos ellos". También David cuando fijó en Jerusalén su capital tuvo en cuenta ese argumento, dándose cuenta de la importancia simbólica y aglutinadora que tenía tal hecho. Incluso durante mucho tiempo se pensó que Jerusalén era el centro del mundo, pero, claro, todavía no se había descubierto América.
Cuando el rey Felipe II llegó a los montes que circundan el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en la zona tan sólo existía una modesta y mísera aldea probablemente fundada entre los siglos XI y XIII. De no ser por la construcción del Real Monasterio con toda probabilidad el sitio se habría extinguido. Ese último año de 1561, el monarca hizo a la pequeña villa de Madrid, 50 Km al Suroeste de El Escorial, la nueva capital de sus amplios dominios. En la actualidad, desde que los borbones lo volvieron a poner de moda, el pueblo ha crecido hasta convertirse por su benigno clima en un codiciado centro de veraneo.
La latitud, como destacaba Almela, era la misma de Roma, lo que Vitruvio había denominado "quinto clima". La altura del lugar garantizaba buenas temperaturas en verano (a las que Felipe se habría acostumbrado durante sus años de juventud en Flandes), con la montaña protegiendo al edificio de los vientos del norte y permitiendo su orientación al mediodía. Además eran abundante los ríos y manantiales, arena, cal, granito, pizarra y pinares, materiales todos ellos necesarios para la construcción del monasterio. Las dehesas de la Herrería y la Fresneda grantizaban también la leña y la caza.
El Rey por Real Cédula, dada a 18 de enero de 1563, prohibió a los obreros del Monasterio su empadronamiento en El Escorial, dejando claro su apartamiento. Posteriormente, en 1565, Felipe II la separaría de la jurisdicción de Segovia, a la que pertenecía, otorgándola el título de villa. En el orden eclesiástico desvinculó su parroquia del Arzobispado de Toledo, mediante dos bulas papales (1585-86), pasando a depender totalmente de la jurisdicción del prior del monasterio.
Las obras de movimiento de tierras, preparación de la cimentación y replanteos comenzaron en 1562 bajo el mando del arquitecto Juan Bautista de Toledo, al que el rey hizo venir desde Nápoles. Su fama le precedía, ya que había sido ayudante de Miguel Ángel Buonarotti en las obras de la basílica de San Pedro en Roma. El 23 de abril de 1563, festividad de San Jorge, se puso la primera piedra, en los patios menores de la parte del convento. Con una sencilla ceremonia a la que no asistieron el Rey ni el prior, se colocaba la primera piedra en el cimiento del Refectorio, bajo la silla del prior, en la fachada Sur a la altura de la linterna. El texto, grabado por el mismo Juan de Herrera, inscrito en sus caras rezaba: «DE OPTMA OPERI ASP / PHI · II · HYS / R / + · A · 1563 / M . AP . 23 / IO . BAP . ARF» (Deus Optimus Maximus Opero Aspiciat / Phillipus Hispaniarum Rex / A Fundamentis Erixir 1563 / Apriles 23 / Joannes Baptista Architectus Major, según la crónica de Juan de San Jerónimo). Las medidas de la piedra fueron 21 x 9 x 6 palmos (aproximadamente 1,40 x 0,60 x 0,40), es decir, en proporción 7x3x2. El 20 de agosto de ese mismo año, día de San Bernardo, se colocó la primera piedra de la Iglesia, ceremonia a la que sí asistieron el Rey, el obispo y el prior.
Los materiales que allí se dieron cita llegaron de los más diversos lugares e, igualmente, muchos talleres trabajaban lejos de El Escorial mandando posteriormente la obra ejecutada hasta allí: en Toledo se labraban figuras de mármol; en Milán de bronce; en Madrid esculturas para el retablo y entierros; en Aragón las rejas principales de bronce; en Guadalajara, Ávila y Vizcaya, de hierro; en Flandes candelabros de bronce. Fallecido Juan Bautista en 1567, antes de comenzar la basílica, fue sustituido por el cántabro Juan de Herrera, verdadero artífice de la imagen final del conjunto, que lo terminó, no sin dificultades, el 13 de septiembre de 1584.
Desde sus inicios se concibió como algo mucho más complejo que la simple fundación de un nuevo establecimiento religioso y por ello el monarca se rodeó de grandes exponentes del humanismo renacentista que ayudaron a levantar este impresionante monumento presidido por la razón, la simetría y el equilibrio.
Todo quedó comprendido en un inmenso cuadrilátero de granito y pizarra. Se tardó en terminar el conjunto 21 años, aunque faltaba por decorar algunas zonas, cuya ejecución se realizaría durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Felipe V, perteneciente a la dinastía de los Borbones, nunca usó mucho El Escorial, siendo el primer rey que no quiso enterrarse en su panteón. Con la llegada del monarca Carlos III la situación del edificio cambió totalmente, pero fue durante el reinado de su sucesor, Carlos IV, cuando se realizaron las reformas arquitectónicas que alteraron de forma radical la estructura del Monasterio.
El monasterio de El Escorial sigue siendo la única obra construida en nuestro país que aparece en todas las historias de la arquitectura publicadas en cualquier lugar del mundo. La mayoría de las opiniones destacan la claridad de su concepción, el rigor arquitectónico de sus elementos, la complejidad de su programa, la perfección de sus proporciones y la riqueza de sus valores simbólicos, todo ello resuelto con una impresionante unidad de estilo en el reducido plazo para entonces de 21 años. El edificio -que en su momento fue considerado como el edificio más grande del mundo- sigue el modelo tradicional de la arquitectura de los alcázares castellanos, con una planta rectangular y torres en las esquinas. Debe destacarse, de acuerdo a las ideas neoplatónicas de la época, la profusa presencia de las figuras geométricas puras -círculo, triángulo y cuadrado- en su composición, tanto en planta y alzados como en los pequeños detalles. Del quadro se adelanta en su parte oriental el cuerpo del palacio real privado, que Felipe II quiso construir en torno al altar, como Carlos V había hecho antes en Yuste. Felipe II escogió el estilo renacentista más depurado y clasicista, haciendo desaparecer la profusa decoración plateresca. Toda su construcción es de granito. Los tejados son de pizarra y planchas de plomo. El orden arquitectónico predominante es el toscano y el dórico en la iglesia. Su desornamentación, su escueta volumetría y limpia variedad cromática y de materiales invitan a un sensible disfrute visual desde su exterior. Sus valores son el orden, la jerarquización y la perfecta relación entre todas las partes. La grandeza de la composición total y el programa integrador de monarquía, religión, ciencia y cultura se muestra leyendo los elementos del eje principal del edificio: en él se enlazan las estatuas de la portada principal, la rica Biblioteca, las estatuas de los Reyes de Judá, el Templo cuadrado y el Palacio Real. El dinero que se empleó en las diferentes obras, hasta la muerte de Felipe II, fue de seis millones de ducados.
A pesar de su aparente despersonalización, su frialdad y austeridad, el Monasterio de El Escorial ha sido un claro precursor del Barroco, un símbolo del salto de la frontera entre una España medieval y otra moderna. Su arquitectura, paradigma del Renacimiento español y modelo del estilo llamado por algunos "Herreriano" o "desornamentado", no deja a nadie indiferente. Mientras algunos lo consideran un inmenso y poco agraciado bloque de granito, para otros es una elegante obra maestra de la arquitectura española, tal vez su página más brillante. Su innegable peso ideológico también ha influido, como no, en su imagen arquitectónica. Mientras el régimen de Franco tomó El Escorial como modelo de sus anhelos imperiales (y ahí está el «Monasterio del Aire» en Moncloa como ejemplo de ello), los primeros años del nuevo régimen democrático se avergonzaron del edificio (¡ah, ese terrible péndulo hispánico!). A partir de los años 80, tras unos significativos apoyos de una nueva generación de hispanistas extranjeros, la recuperación de las figuras de Felipe II y Carlos V (ya nunca más Carlos I de España) ayudó a mejorar la imagen de El Escorial. A ello influyó también la influencia que tuvo en la arquitectura de esos años la "tendenzza" italiana, traída por Rossi y Grassi, con su reinterpretación del estilo clásico, sus infinitos huecos regulares en fachadas planas y sus composiciones modulares de claros volúmenes geométricos.
En ese ambiente postmoderno de rabiosa desornamentación pudo apreciarse por fin la fina sensibilidad de la fachada Sur escurialense, la elegante y compleja trama regular de su planta, la sabia composición de su complejo programa funcional y la elegancia de la articulación arquitectónica entre las distintas piezas. Con motivo de la celebración del cuarto centenario del monasterio en 1984 se redescubrieron muchos detalles del edificio poco destacados hasta entonces, como la audaz bóveda plana, las chimeneas siamesas, la compleja geometría de los chapiteles herrerianos, la ingeniosa iluminación cenital de la linterna del convento, etc. Esta modernidad redescubierta en El Escorial se añadía al valor tradicionalmente reconocido de la arquitectura escurialense: ese magnífico claustro principal, el estupendo ejercicio de bramantismo del templete de los Evangelistas, la grandosa cúpula trasdosada, la primera que se realizó sobre un tambor en España, las muestras del manierismo de la Basílica y de la fachada principal, la colosal escalera principal y la prefiguración del Barroco en el eje de simetría principal, entre otras muestras de gran arquitectura.
La arquitectura de El Escorial es rígida, simétrica y equilibrada. Toda la masa arquitectónica de este edificio, tanto en planta como en alzado, se puede simplificar en tres figuras geométricas: el cuadrado, el rectángulo y el círculo. El conjunto está inscrito dentro de un "quadro" de 207 por 161 metros de perímetro con cuatro torres en sus esquinas (la denominada "Traza Universal"), el cual se podría dividir longitudinalmente en tres rectángulos, según tres ejes marcados por las tres entradas de la fachada principal. En el eje central se sitúa el Patio de Reyes, el Templo y la Casa del Rey; a la izquierda queda el colegio y el palacio; y a la derecha el convento y las cocinas.
En el centro de la composición, la basílica escurialense se macla entre la estructura cuadrada de sus pilares y su volumen en cruz latina de sus cubiertas, atendiendo a la intención centralizada y neoplatónica de su estilo italianizante corregida por las determinaciones sobre el culto y la colocación del altar y el retablo emanados del Concilio de Trento. Su cúpula trasdosada es un prodigio de ideación y realización. Su complicada estereotomía y labra permite que las mismas piedras que se ven desde el exterior puedan verse también desde el interior, a diferencia del más habitual sistema de dos «pieles» que Brunelleschi desarrolló para la catedral de Florencia.
La ordenación de los volúmenes, con un sutil equilibrio entre unidad y variedad, realza también la idea del quadro en los alzados mediante las cuatro torres de los ángulos. Los diferentes anchos de crujías se resuelven con una ingeniosa solución de las dos torres occidentales en «L», difícil de apreciar desde el exterior. Los chapiteles sobre las torres y las cubiertas se resolvieron con pizarra y grandes pendientes, según el estilo que Felipe conoció en su estancia en Flandes entre 1550 y 1559. De esta manera se aludía a las tres herencias de Felipe II: la ibérica, con la planta rectangular con torres de los sobrios alcázares castellanos, la italiana, con la rica iglesia centralizada de estilo romano en el eje de la composición y la nórdica, con los chapiteles flamencos y la pizarra de sus cubiertas.
Flanqueando las cuatro fachadas del Real Monasterio se alzan cuatro torres de 55 metros de altura cada una cubiertas con chapiteles coronados por bolas con veleta y cruz. Son la Torre de la Botica o Enfermería, la Torre del Prior, la Torre de las Damas y la Torre Norte o del Cierzo. Dentro ya del Patio de Reyes se alzan los dos campanarios gemelos, de 72 metros de altura, y el magnífico cimborrio que alcanza los 92 metros de alto.
El conjunto adquiere así una singular estructura que los viajeros del siglo XIX compararon con una parrilla, símbolo del martirio de San Lorenzo: el mango sería el saliente constituído por la zona destinada a Palacio, situado en su fachada Este, y las cuatro torres de sus esquinas serían las cuatro patas en las que la parrilla se apoyaría en el suelo. Aunque esta idea nunca pudo aparecer en las primeras ideas del Monasterio, que antes de que la biblioteca cerrara el Patio de Reyes más bien tenía forma de "Y" invertida, el símbolo de la parrilla puede encontrarse labrado, esculpido, en relieve o pintado por muchas zonas del monumento. Se enfatizaba así la condición de mártir del santo, de conformidad con los postulados de la Contrarreforma.
El acceso al edificio se realiza a través de la Lonja, gran espacio enlosado de granito que rodea al Monasterio por los lados Norte y Oeste. Todo el recinto está acotado por un muro bajo que delimita el espacio en el que se asienta la construcción, y rodeado por los lados Sur y Este por unos bellos jardines.
Las cuatro fachadas del Real Monasterio de El Escorial son diferentes entre sí. La fachada Norte, por la que se accede frente a las Casas de Oficios, de cara al Monte Abantos y por su orientación apenas la ilumina el sol. Mide 207 metros de largo por 20 de alto, está recorrida por una cornisa situada a unos 17 metros de altura y tiene un total de 180 ventanas. Fue modificada en sus ritmos de ventanas y pilastras y accesos por Juan de Villanueva, el arquitecto del Museo del Prado, para poder acomodar el palacio a los nuevos gustos de los Borbones. Su extraña ubicación, su casi eterna sombra y su escasa ornamentación la convierten en la más lóbrega y enigmática de todas las fachadas del edificio. Aquí se ubican los accesos a la Residencia Real y la entrada de servicio del Colegio.
La fachada Este releja las tres tiras que componen la planta escurialense (palacio, templo y convento) con tres portadas diferentes, siendo la central la más importante. La entrada principal se concibe en dos cuerpos; el primero está flanqueado por ocho columnas de orden toscano gigante, cuatro a cada lado de la puerta, entre las que se insertan nichos y ventanas ciegas. Por encima del dintel de la puerta, a ambos lados de la ventana, aparecen dos parrillas, símbolo del martirio de San Lorenzo. El segundo cuerpo -tras el que se esconde la biblioteca- se compone de cuatro columnas jónicas, también de orden gigante, en cuyo intercolumnio central se encuentra el escudo del fundador, Felipe II, y una estatua del diácono Lorenzo. El conjunto se corona con un gran frontón rematado por bolas de granito.
Las armas de Felipe II son: arriba, Castilla, León, Granada, Aragón y Sicilia (a veces se añadían Navarra, Jerusalén y Hungría); delante Portugal (desde 1581); debajo, Austria, Borgoña antigua y moderna y Brabante, con Flandes y Tirol delante. la Corona Real con diademas y el Toisón de Oro enmarcan el conjunto. La escultura de San Lorenzo, santo al cual está dedicado el monumento, fue realizada por el artista toledano Juan Bautista Monegro. Se trata de una singular pieza de más de cuatro metros de altura cincelada en piedra berroqueña, con la cabeza, pies y manos en mármol blanco. La figura del santo oscense sostiene un libro en su mano izquierda y en su mano derecha una parrilla de bronce dorado al fuego en recuerdo de su martirio, ya que la tradición decía que murió asado en un parrilla, aunque hoy sabemos que murió decapitado.
De abierta y alegre arquitectura, con ritmos de huecos sorprendementente modernos, la fachada Sur es la más equilibrada de todo el conjunto. Mide 161 metros de largo y tiene 296 ventanas. Está compuesta por dos cuerpos, el inferior de orden dórico y el superior jónico. En esta fachada se encuentra la Galería de Convalecientes o Corredor del Sol, denominado así porque servía para el paseo de enfermos.
La fachada oriental, que da la espalda a Madrid, es la más rica en volumenes de las cuatro. Tiene 386 ventanas y en su centro se sitúa el cuerpo adosado que constituye los Cuartos Reales. Por encima, el frontispicio del Templo destaca por su total desornamentación, reflejo del retablo de la Basílica. A los lados se extiende el Convento y el Palacio Público. Bajo ellos, los jardines privados del Rey y la Reina, cerrados con muros de piedra y rejas.
Juan Bautista de Toledo nació hacia 1515, aunque no tenemos datos fiables. También existe controversia respecto a su lugar de nacimiento, ya que autores como Porreño le asignaron Madrid. Portabales creía que era italiano o judío. La teoría más antigua se decanta por el toponímico de Toledo, ya que Juan de Arfe, que le conoció personalmente, así lo escribió por dos veces en 1587. Además, el uso del toponímico era habitual en aquellos tiempos. Murió en Madrid el 16 de Mayo de 1567. Se le dió sepultura en la parroquia de Santa Cruz, en donde fundó un altar, dejando toda su fortuna para misas y para dotar doncellas pobres naturales de Madrid, lo cual, según Chueca, "parece afirmar la opinión de que en efecto fuera natural de la Villa y Corte".
Marchó muy joven a Roma, donde estudió, además de arquitectura, matemáticas, filosofía, latín, griego, escultura y dibujo. La tradición literaria cuenta como Juan Bautista de Alfonsis -según el nombre de los documentos italianos- trabajó para Miguel Angel en San Pedro de Roma desde 1546 a 1548 (es decir de los 31 a los 33 años). Toledo representó en España el arquitecto ideal del humanismo según los requisitos de los grandes tratadistas, ya que poseía amplios conocimientos en artes, letras y técnica. En Italia también desarrolaría una notable experiencia en el mundo de la ingeniería, que luego aplicaría en España, y en lo que muchos han querido ver el origen de la "arquitectura desornamentada".
El virrey de Nápoles, Pedro de Toledo, que deseaba hermosear su ciudad le llamó a su lado y obtuvo de Carlos V su nombramiento de arquitecto de cámara y director da las reales fábricas de Nápoles. Dirigió en esta ciudad la construcción de diferentes edificios en el mejor estilo, el trazado de distintas calles y plazas, entre ellas la Strada de Toledo, la iglesia de Sántiago, el palacio de Puzol para residencia de los virreyes y el castillo de San Erasmo, adquiriendo con todas estas obras fama y riquezas. El 15 de junio de 1559, el rey envió una carta a Nápoles nombrándole arquitecto real con un modesto salario. Su esposa, dos hijas, libros y documentos viajaron más tarde por mar, pero el barco se perdió -seguramente atacado por los turcos- en una tragedia de la que Toledo nunca pareció recobrarse.
Entrado el año 1560 ya se encontraba instalado en Madrid, proyectando y dirigiendo las obras más importantes de la Corona. En 1561 fue nombrado arquitecto regio del Monasterio, año en que se decide el emplazamiento definitivo. Algunos tratadistas han pretendido quitarle la gloria de haber sido el autor de los planos originales del monasterio de El Escorial, pero la verdad indudable está en la inscripción puesta en la primera piedra: "IOAN. BAPTISTA ARCHITECTVS". En 1562 Toledo establece el plano general del edificio (la "Traza Universal"), comienzando la obra por la fachada Sur, fijando el carácter austero y geométrico de la arquitectura exterior, aunque el resto de los muros apenas sobresalían de sus cimientos.
Su posición fue de constante caída desde 1962. Al año siguiente el monarca le evitaba, en 1564 le sometió a examen por parte de personas ajenas y en 1565 le ignoró. En 1564, todavía en vida del arquitecto, se duplicó el número de monjes previstos de cincuenta a cien, posiblemente por presiones de la comunidad. Según el Padre Sigüenza (I.IV, p. 57), se pidió opinión "algunos maestros" que propondrían "que se mudase la planta; otros que se hiciesen nuevos claustros, otros daban nuevas trazas". En un informe de Juan Bautista a Hoyo, de 1564, ya había variado la traza original de la fachada de mediodía, desapareciendo la torre central: "Començe por el lienço que mira al medio dia y rrecorrile con la diligencia a mi posible, y alle que las puertas de la torre que está entre medio dia y leuante que es a la esquina que mira al Escurial no estan en medio de ella. Y lo mismo es en la que auia de ser torre en la pasada traça". La decisión va seguida de un informe dirigido al prior y firmado en julio por Rodrigo Gil, donde dice: "Nos parece que en todos los cuartos y piezas que hubiere lugar, se levante otro suelo más de lo que estaba acordado y se doble el aposento de los religiosos y que sea el ático comedido". La comunidad ya comenzaba a interferir y opinar acerca del refectorio, patios y escaleras, sintiéndose los más capacitados para conocer las necesidades del monasterio. Sólo la muerte del arquitecto en 1567 terminaría con las polémicas.
El misterio que pesaba sobre su figura ha desconcertado sobradamente a todos los que han estudiado el tema, ya que el entonces monarca más poderoso de la tierra podía haber persuadido a cualquier gran artífice que pretendiera. Debemos destacar aquí la magnífica bigrafía de Javier Rivera Blanco sobre el personaje, de la que tomamos muchas de las claves aquí expuestas (Juan Bautista de Toledo y Felipe II. La implantación del calasicismo en España, Universidad de Valladolid, 1984). La escasa fortuna de El Greco con el rey es una muestra de la orientación estética del monarca. En España y en sus reinos extrapeninsulares había entonces importantes y destacados maestros, como Covarrubias, Luis y Gaspar de Vega, Ibarra, Rodrigo Gil, Villalpando, Vandelvira o Hernán Gonzalez, pero todos ellos distaban de los fines estéticos perseguidos por Felipe II : cerrar por fin la Edad Media, adoptando decididamente el discurso de los Antiguos, Vitruvio y el Clasicismo.
Juan de Herrera fue una figura crucial en la arquitectura española a partir del siglo XVI. Dió nombre a un nuevo concepto arquitectónico llamado el estilo herreriano, de formas austeras y desornamentadas, que se empleó en España por primera vez a escala monumental en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y se siguió utilizando en otros edificios en los que intervinieron Herrera y su seguidor Francisco de Mora.
De personalidad compleja, ambicioso, autodidacta y plural, Herrera fue todo un ejemplo del hombre del Renacimiento. Fue cosmógrafo, matemático y filósofo; inventor de múltiples ingenios mecánicos aplicados a la construcción y de instrumentos mineros y naúticos; impulsor de publicaciones arquitectónicas, excelente dibujante y poseedor de una gran biblioteca en la que aunaba saberes científicos y esotéricos. Fue un hombre de intereses universales y un auténtico renovador durante toda su vida; en su obra arquitectónica y en su labor intelectual se aprecia una receptividad constante hacia las transformaciones mentales que se operaban en Europa.
Juan de Herrera nació en el año 1530 en una familia de pequeños terratenientes de la provincia de Santander. Desde el año 1553 y ya durante toda su vida trabajó al servicio del Estado español, primero como soldado, luego como "trazador" (delineante) en la oficina encargada de las obras reales y después como oficial de la Corte y Aposentador Real. En 1549 acompañó al entonces príncipe Felipe en el felicísimo viaje que éste realizó por Italia, Alemania y los Países Bajos, donde pudo conocer en vivo la nueva arquitectura que estaba imponiéndose entonces por toda Europa. Durante la construcción del Monasterio fue nombrado por el rey ayudante de Juan Bautista de Toledo, que trabajaba en los planos previos del edificio.
La muerte del maestro en 1567 marca la carrera ascendente de Juan de Herrera. En las obras del Monasterio de El Escorial representó un importantísimo papel como dibujante, ingeniero, inspector y administrador. En esta época se dedicó a inventar nuevos instrumentos y máquinas de construcción que aceleraron los trabajos aumentando diez veces la rapidez de la ejecución; propuso también interesantes y prácticas medidas para economizar dinero, consiguió que se ahorraran millones de ducados imponiendo nuevos métodos laborales e introduciendo mejoras en la organización. De esta manera fue progresando hasta la condición de arquitecto o artífice.
Cuando finalizaron las obras del Monasterio se sumió en una gran depresión que afectó a su salud: temía por su futuro económico y profesional. Sin embargo, Felipe II le concedió una renta vitalicia de 1.000 ducados al año. Murió el 17 de enero de 1597 en su casa de Madrid.
En los 21 años que duró la construcción de una obra tan colosal como la del Real Monasterio de El Escorial acontecieron multitud de pequeños sucesos y anécdotas que han perdurado en la memoria popular. A lo largo del tiempo historiadores y aficionados han plasmado en papel algunos de aquellos acontecimientos que no recogió la crónica de la época ni relata la historiografía actual. Sin embargo, después de cuatro siglos, la historia real y las leyendas acaban por confundirse.
Todos los lunes los monumentos están cerrados.
Gratuita: ciudadanos de la Unión Europea (sólo miércoles), menores de 5 años, visitas concertadas de centros de enseñanza.
(II. Descripción de las partes de El Escorial) |