El objeto del presente estudio ha sido el análisis de las intenciones del proyecto del Monasterio de El Escorial, y, en concreto, la influencia que pudo tener el Templo de Jerusalén en su génesis proyectiva en cuanto idea globalizadora y estímulo formal. Influencias que constituyen un lugar común en la literatura escurialense desde las crónicas del padre Sigüenza -bibliotecario de El Escorial, que dedicó un capítulo completo al tema-, Almela, Porreño, Santos, Ximénez, Simón García y, sobre todo, de Caramuel, en cuyo tratado se trató explícitamente tal relación. También deben verse en este entorno los numerosos libros que estudiaron el Templo de Jerusalén durante el reinado de Felipe II, pese a ser posteriores a la ideación del Monasterio, como la Biblia Sacra (1572) de Arias Montano y el Comentario a la Profecía de Ezequiel de su competidor Villalpando (1605), que fueron financiados personalmente por el rey.
Hemos procurado alejarnos de los esoterismos románticos que pretenden leer el Monasterio como si de un gigantesco jeroglífico se tratara, lo que a veces ha llevado a tratar de enclaustrarlo en rígidos trazados, llevados a veces hasta escalas microscópicas o a imposibles esquemas macrocósmicos. A ésto debemos unir la tendencia a considerarlo reduccionistamente como una totalidad, sin ver las numerosas modificaciones que tuvo el proyecto original. Antes que buscar una fácil «idea» totalizadora y vincular la significación de El Escorial a una imagen global del mismo, buscaremos los «rasgos» y, si se me permite la expresión, los «síntomas» de sus intencionalidades.
Intentaremos delimitar los límites de la «traza universal», el «diseño» general de la planta del edificio. Ésta no será tarea fácil, ya que en arquitectura nunca hay lindes nítidos. Establecer una idea concisa, una paternidad concreta, implica grandes riesgos, por lo que seremos prudentes al proponer antecedentes. A pesar de estos inconvenientes creemos que podremos aportar algo de luz a ciertos elementos del monasterio y de su traza.
Jerusalén había tenido dos templos diferentes separados diez siglos en el tiempo, más un tercer proyecto no construido. Según el Libro de Reyes, Dios había dado los planos del Primer Templo a David, para que lo construyera su hijo Salomón (965 a.C.), pero la Biblia sólo cita sus medidas interiores, basadas en la sencilla repetición del módulo del Sancta Sanctorum de 20x20 codos, una pequeña capilla palatina. Tras su destrucción a manos de Babilonia, y pasados casi 10 siglos, el rey Herodes reconstruyó el templo para congraciarse con el pueblo hebreo. Este Segundo Templo está descrito minuciosamente, codo a codo, por fuentes judías: las Guerras de los Judíos de Flavio Josefo y el Libro de las Medidas de la Misnah. Sus medidas interiores coinciden con las del Primer Templo. El Santuario Interior tenía forma de "T" invertida con brazos de 100x100 codos, mientras que las medidas exteriores eran de 300x135 codos, con 40 codos de altura en dos niveles. Estaba dividido en patios: el superior, cuadrado, donde solo accedían los sacerdotes; una franja intermedia para los israelitas y el atrio exterior, con cuatro patios cuadrados de 40x40 codos para los utensilios del Sacrificio, llamados las «cocinas». Todo ello enmarcado por seis torres, cuatro en las esquinas y dos en medio de los muros norte y sur.
Debido a que los judíos consideraban el Segundo Templo, destruido por Tito en el 70 d.C., como símbolo de su gloria perdida, y que su reconstrucción debía ser un síntoma de su definitiva alianza con Yahvé, la Contrarreforma tomó partido por un Tercer Templo, que, como hizo Villalpando, asimilan al de Salomón. Éste era el que Dios reveló al Profeta Ezequiel durante su exilio en Babilonia en una visión: un templo de 500x500 codos, con el Santuario Interior prácticamente igual a los dos primeros. El templo, que en rigor no cabía en el monte, nunca llegó a construirse. Villalpando propuso que su descripción debía servir para completar las medidas del Templo de Salomón, ya que no parecía lógico que Dios hubiera ideado dos proyectos distintos para el mismo edificio.
Para hacernos una idea de la dificultad de una interpretación literal del texto, seleccionamos a continuación los párrafos más significativos de Josefo: "Porque esta parte del templo se llamaua el templo santo, y subiase à el por catorze gradas del primero, era en lo alto quadrado y cercado de otro muro que tenia para si propio: cuya altura, aunque por defuera passaua de quarenta codos, estaua pero cubierta con las gradas que tenia, la de dedentro tenia veynte y cinco codos [...] Auia despues d'stas catorze gradas vn espacio hasta el muro, llano y de trezientos codos [...] Estaua el templo, es à saber el templo sacro sancto en medio, y subian à el por doze gradas, la altura y anchura por de frente era de cien codos [...] Toda la altura tenia cien codos, y por baxo no tenia mas de quarenta [...] Los que entrauan, venian à dar en otra parte mas baxa, cuya altura tenía bien sesenta codos, y la largura otros tantos, y la anchura veynte, diuididos otra vez en quarenta, la primera parte estaba separada quarenta codos [...] La parte del templo mas adetro era de veynte codos, apartauase de la de defuera con otro semejante velo [...] y esta era la que llamauan sancta sanctorum"
Las descripciones de la Misnah son similares a las de Josefo, aunque difiere en algunas medidas y añade otras, como la del ancho del Templo y los cuatro patios abiertos de las cocinas, elemento éste fundamental para entender los diferentes patios de El Escorial: "El atrio de las mujeres tenía ciento treinta y cinco codos de largo por ciento treinta y cinco codos de alto; tenía cuatro estancias en los cuatro ángulos en los cuatro ángulos de cuarenta codos cada una. Así será también en el futuro, porque está escrito: «me sacó al atrio exterior, y me hizo pasar los cuatro ángulos del atrio. En cada ángulo del atrio había un patio. En los cuatro ángulos del atrio había patios cercados», cercados, es decir, sin techo" (Men II.5).
Este último texto es una paráfrasis de Ez 46:21-22: "en todos ellos había en torno una pared y abajo fogones [culinae fabricatae en la Vulgata] alrededor de las paredes, y me dijo: Estas son las cocinas [domus culinarum] donde los servidores de la casa cocerán el sacrificio del pueblo".
La principal fuente de polémica entre los tres templos fue la ortodoxia de sus fuentes. Mientras que los Templos de Salomón y Ezequiel estaban descritos minuciosamente, codo a codo, en la Biblia, el de Herodes se conocía por fuentes judías: las Guerras de los Judíos, del historiador judeo-romano Flavio Josefo y el Libro de las Medidas de la Misnah. Josefo tuvo gran importancia para los cristianos ya que sus libros probaban la existencia histórica de Jesús. A partir del Concilio de Trento, que coincidió con el comienzo de las obras en El Escorial (1563), toda fuente judía se consideraba sospechosa a priori, por lo que no se admitía sino la Vulgata, la traducción latina de San Jerónimo de la Biblia. Como la descripción del Templo era escrita, y no dibujada, la importancia de las fuentes se convirtió en un punto fundamental del problema. El Padre Sigüenza, como buen discípulo de Arias Montano, apoya sin embargo la consulta del original hebreo: "[...] mirando no solo lo que suena nuestra traducción Vulgata, que dejado aparte, ninguna mejor, es la auténtica, sino también la fuerza del original hebreo, que es el más germano y fino comentario".
La historia de las reconstrucciones del Templo se debate desde entonces entre el cuadrado y el rectángulo. Durante la Edad Media se intentaba completar el Templo de Salomón indistintamente con elementos de uno y otro templo. A partir de las críticas vaticanas al templo rectangular de Arias Montano en 1571, comenzado ya el Monasterio, el Santo Oficio persigue el uso de las fuentes rabínicas, defendiendo a ultranza la Biblia latina; desde entonces, los estudiosos católicos toman partido por la minuciosa grandiosidad del cuadrado de Villalpando, dejando para los judíos y algunos protestantes aislados, con el caso singular de Caramuel, el desarrollo del templo rectangular que conoció Jesucristo.
Las diferencias entre los tres proyectos sucesivos del Templo son significativas: el de Salomón, del que sólo se conocían sus pequeñas medidas interiores, era el que tenía el prestigio; el templo cuadrado de Ezequiel, que no había llegado a construirse, había sido proyectado también por Dios; y el rectangular de Herodes, reedificado por un infame servidor de Roma, era el que había conocido Jesucristo. Tanto Arias Montano, como su discípulo el padre Sigüenza, defendieron la continuidad histórica de los Templos de Salomón y de Herodes apoyándose en los comentarios rabínicos. Negaban que el imaginario Templo de Ezequiel fuera otra cosa que un proyecto ideal, un modelo irreal de un edificio suntuoso. Sin embargo, y ante el origen divino de la visión de Ezequiel, Villalpando propuso que su descripción debía servir para completar las medidas del Templo de Salomón, ya que no parecía lógico que Dios hubiera ideado dos proyectos distintos para el mismo edificio. Aunque resultaría farragoso extenderme sobre las controversias entre los dos bandos, en las que intervinieron la inquisición, el rey y el mismo papado, bastará señalar que Villalpando atacaba ferozmente los libros de Josefo. El jesuíta llegaba incluso a negar la existencia histórica del Templo de Herodes.
El descrédito del salomonismo, como parte de una fuerte campaña antijudaizante, será un hecho a partir de la muerte de Felipe II. El uso de simbologías de tradición judeo-oriental chocaría con las recomendaciones de Trento de no confundir al pueblo con imágenes de falsos dogmas, por lo que el salomonismo nunca se impuso como la idea oficial. La mayoría de los autores modernos coinciden en la inexistencia de la parrilla en la idea original del Proyecto, y en quitar importancia a los motivos clásicos fundacionales: la Batalla de San Quintín y el voto a San Lorenzo. El mismo rey potenció la ortodoxa «Parrilla» sobre unas ideas que pudieran parecer «judaizantes», o al menos no muy instructoras, a los poderes religiosos. Las fuertes controversias de Villalpando con Prado y con Arias Montano prueban también la importancia de este aspecto del debate.
Y así debe entenderse también el interés de Felipe II en «exhibir» las diferencias entre el Templo de Villalpando y el Monasterio, y las críticas de Sigüenza a los que tratan de comparar el Templo de Salomón con El Escorial. Debemos recordar que en 1592, ocho años antes de la publicación de su crónica, la Inquisición juzgó a Sigüenza por judaizante, el mismo cargo que se imputó a Fray Luis de León y a Arias Montano veinte años antes. Está probada la intervención de Felipe II en estas disputas en favor de sus dos bibliotecarios. El rey tenía 32 años durante las primeras trazas, 49 cuando Fray Luis fue encarcelado, y vio poner la última piedra del Monasterio con 57 años. La madurez y la experiencia con la Inquisición le aconsejarían prudencia con las fuentes judías. Éste es uno de los principales problemas para llegar a la verdad. Felipe II reinó en España durante 42 años, e inevitablemente hubo cambios con el tiempo. El monarca envejecido y gotoso de 1590 era muy distinto del príncipe renacentista de 1558 que estudiaba y coleccionaba con fruición libros que más tarde prohibirían sus inquisidores.
En palabras de Chueca, "el ideal humanista, que trataba de conciliar la antigüedad pagana con el mensaje de Cristo, va tropezando ante al resistencia de los hechos, ante los desengaños y asperezas de la vida, que hacen fracasar el espíritu conciliador de un Erasmo de Rotterdam". Las guerras militares e ideológicas entre Reforma y Contrarreforma ensombrecieron el ocaso del humanismo, marcando el color del Barroco.
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